sábado, abril 29, 2006

ES UNA PERO SON CUATRO por Eduardo Galeano

Ahora que estamos calentando motores para lo que se avecina en junio recupero una entrada de hace algún tiempo que le robé a Miceláneas del fútbol (recuerdo que me diste tu permiso Leonardo, ahora te lo vuelvo a pedir), el primer blog futbolero al que me enganché y al que sigo enganchado, cómo no.

"El caso de Gran Bretaña es el más asombroso en el tema de la desigualdad de derechos en los Campeonatos Mundiales de Fútbol. Según me explicaron en la infancia, Dios en uno pero es tres: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nunca pude entenderlo. Y todavía no consigo entender tampoco por qué Gran Bretaña es una, pero son cuatro [Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte]; mientras que Suiza o España, pongamos por caso, siguen siendo nada más que una a pesar de las diversas nacionalidades que las integran".

Eduardo Galeano, escritor uruguayo, en El fútbol. A sol y sombra. Buenos Aires, Catálogos, 1995: artículo "Numeritos", pág. 228.

viernes, abril 28, 2006

FÚTBOL, ¿UNE O DIVIDE? por Raul Fain Binda



Los que piensan que el fútbol es disgregador, le atribuirán la corrupción de los intolerantes, de los racistas y los violentos. Los que piensan que es unificador, dirán que da aliento y socorro a las personas de buena voluntad que se oponen a los corruptos.

La distinción es importante, porque tiene que ver con la responsabilidad social de una de las actividades más apasionantes de la vida moderna. El interrogante del millón de dólares, ¿el fútbol une o divide, puede resolver conflictos sociales

Por nuestra parte, ofrecemos un enfoque complementario, para quienes se resistan a reducir el problema a sus dos opuestos lógicos, bueno o malo, lleno o vacío.

La naturaleza del fútbol depende de la naturaleza de los hombres y de las mujeres, no al revés. En otras palabras, el fútbol, por sí mismo, no tiene conciencia moral ni responsabilidad ética, como sí las tienen los seres humanos, aunque a veces parezca mentira. En esto, el fútbol es como el sexo, que también puede unir o dividir a hombres y mujeres.

En Football Against the Enemy, un libro ya clásico, Simon Kuper cuenta una de las anécdotas más deliciosas y terribles al mismo tiempo, que refleja todas las aristas del problema. El Muro de Berlín fue levantado entre gallos y medianoche, en 1961, dividiendo familias, amigos, amantes y, también, a los hinchas de los dos clubes de fútbol de la ciudad: Dynamo Berlin y Hertha BSC. El Dynamo era una criatura de la ocupación soviética, de modo que sus instalaciones y la mayoría de sus seguidores quedaron en el sector oriental, pero el Hertha, el club tradicional de la ciudad, tenía muchísimos hinchas desparramados en todos los barrios.

El estadio del Hertha quedó en el sector occidental, a pocos metros del muro, y era un magneto para los hinchas que quedaron en el sector oriental. Durante varios meses, centenares de personas se congregaron los días de partido al lado del muro, escuchando ansiosamente y estallando de júbilo cuando a lomos del viento llegaba el sonido del festejo de un gol o una buena jugada del club de sus amores.

Los guardias del muro pusieron fin a esta conmovedora muestra de fidelidad, que ellos encontraban "disgregadora", abriendo entonces las puertas a otras formas de tráfico sentimental: el de camisetas y recuerdos del Hertha y otros clubes de la Bundesliga.

Cuando el muro cayó, miles de alemanes orientales cruzaron al sector occidental, luciendo con orgullo sus camisetas de clubes del oeste, muchas llenas de agujeros.

No fue el fútbol lo que dividió a los berlineses: lo hizo una decisión política tomada por los hombres. Tampoco fue el fútbol el que derribó el muro y unificó a los alemanes, pero contribuyó a que esa gente siguiera soñando su sueño de unión.

Los burócratas de Alemania Oriental manufacturaron a fuerza de entrenamiento y dopaje muchos campeones de atletismo y natación, pero no pudieron crear buenos futbolistas. Esto habla mucho y bien de la base popular del fútbol. A fin de cuentas, el fútbol es lo que la gente quiere que sea.


miércoles, abril 26, 2006

EL FÚTBOL ES ZIDANE por Jorge Valdano

No podía ser de otra forma. Hoy va por él. Es un artículo casi del baúl de los recuerdos pero sólo por el título que lleva me ha parecido apropiado en su despedida.Grande, muy grande Zinedine Zidane.

Hay equipos que luchan heroicamente contra sus limitaciones y son analizables en bloque (defensa lenta, centro del campo agresivo, delantera ingenua), como Dinamarca; y hay equipos que se apoyan en un orden, pero no podrían ser explicados sin reparar en las individualidades (como la Francia de Zidane). Qué gran tema Zinedine Zidane. Hay partidos que son aburridos porque tienen poca velocidad y otros que son caóticos porque tienen un exceso de velocidad. El fútbol europeo siempre tuvo prisa, pero en estos días exagera. El único reloj que da la hora justa es el de Zidane. Tiene un panorama amplísimo; sabe cuando hay que tenerla y cuando hay que soltarla, sabe cuando hay que jugar en corto y cuando hay que jugar en largo, sabe cuando hay que tocar hacia los laterales y cuando hay que profundizar. En un fútbol donde la norma es chocar, Zidane siempre encuentra los caminos despejados. El disco duro que tiene en la cabeza parece juntar la historia del fútbol europeo y la del fútbol suramericano; el resultado es un juego universal. Si uno de esos honrados jugadores suecos, daneses, o noruegos, que hacen siempre lo que parece que van a hacer, llegan a recibir la instrucción que les solía dar un viejo entrenador argentino a sus jugadores: 'Hacé que vas, no vayás, y andá', se desmayarían de la confusión. Zidane lo haría.

lunes, abril 24, 2006

LA VIEJA SEÑORA Y EL VIEJO ARTISTA

Podríamos contar que el Juventus no ha ganado ninguno de sus últimos cinco partidos. La Vieja Señora se mantiene al frente de la tabla desde principios de la pasada temporada, pero sus 15 puntos de ventaja se han quedado en 3 a falta de tres encuentros para el final de la Liga. Un defensor competente como Cannavaro se ha visto reducido a la condición de agresor -la semana anterior dislocó una clavícula y el sábado rompió una tibia-, el loado Ibrahimovic arrastra dos pies cuadrados, Emerson sufre de pubalgia, Vieira padece una astenia, Zebina y Zambrotta juegan sonánbulos... Fabio Capello ha fundido por enésima vez un equipo y los diez millones de seguidores viven horas de aflicción. El Juventus más arrogante de la era contemporánea se arriesga a quedarse sin un scudetto que daba ya por liquidado.

Si habláramos del Juventus, nos atendríamos a la segunda acepción que el diccionario da al término "deporte": "Actividad física, ejercida como juego o competición, cuya práctica supone entrenamiento y sujeción a normas". Preferimos, sin embargo, la primera definición, la que deja de lado entrenamientos, sujeciones y normas: "Recreación, pasatiempo, placer, diversión o ejercicio físico, por lo común al aire libre". Y hablamos de un hombre que, inevitablemente, soporta mal a la Vieja Señora. "Los débiles carecen de representación en la tierra. Por eso he detestado siempre al Juventus. Para mí, ganar era un accidente", dice ese hombre; "para el Juventus es una condena".

El hombre no exagera cuando habla de victorias accidentales. Sus palabras son avaladas por las hemerotecas. ¿Pruebas? Las hay en abundancia. Este señor, que amaba jugar al fútbol, pero se negaba a ejercer como futbolista, le hizo una vez un túnel a Gianni Rivera delante de todo San Siro e inmediatamente le pidió perdón. "No se podía humillar así a un artista", explicó. Otra vez, después de driblar al portero contrario, se negó a marcar a puerta vacía: también le parecía un gol "humillante". Su momento supremo, el que le definió para siempre, llegó en un Padua-Cremonese. Su equipo, el Padua, había apostado por una táctica defensiva que no le gustaba. Hizo lo que le pareció lógico: tomó el balón y corrió hacia su portería, regateando a sus propios compañeros, hasta plantarse ante el guardameta. Entonces se frenó. Demasiado tarde, por desgracia, para un tifoso del Padua que, convencido de que el artista iba a marcar un golazo en propia puerta, sufrió un infarto y murió.

Antes de hacer un pase largo se encaramaba sobre el balón -no lo intenten en casa- y oteaba el horizonte con la mano de visera. En un Padua-Udinese se sonó la nariz con el banderín del córner y anunció al público, con gestos inequívocos, que iba a marcar directamente desde el ángulo. Y marcó.

Este señor, del que dijeron que tenía los pies más exquisitos del calcio, no llegó a la selección porque le gustaban demasiado el alcohol, el tabaco y las mujeres. Se llama Ezio Vendrame, tiene 59 años, convive con la depresión y escribe libros desgarrados y fascinantes en los que a veces habla de fútbol. Su estilo es, salvando las distancias, el mismo que el crítico Harold Bloom atribuye a san Marcos y Edgar Allan Poe, "dos fantásticos malos escritores". Pasó la infancia en un orfanato y tuvo su primer abrigo gracias a su primera paga como juvenil en el Udinese. Minutos después de comprarse el abrigo, vio a un niño gitano y se lo regaló.

Enric González es autor de Historias del Calcio

sábado, abril 22, 2006

EL PEOR AÑO DE PEP GUARDIOLA por David Trueba

Una mirada atrás recordando al mejor mediocentro español que yo he conocido, además es una debilidad personal por todo lo que suponía de extraordinario en el mundo del fútbol y de los futbolistas. Es una mirada hecha desde alguien totalmente ajeno a su mundo por lo que me ha parecido interesante. Por su fútbol y por él mismo, Visca Pep!


Conocí a Pep Guardiola por azar poético. Y no es una metáfora lírica. Carga con esa maldición en el mundo del fútbol que es encontrarle placer a la lectura. No en vano hace poco leí una entrevista con un futbolista y a la pregunta "¿último libro leído?" contestaba "ninguno". Con un par. Bueno, pues Pep se sumó a unas lecturas, junto a Lluis Llach y Ariadna Gil, del poeta Miquel Martí Pol, que desde entonces lo adoptaría como lector predilecto, y allí nos conocimos. Y como siempre pasa, Pep quería hablar de libros y películas, y los literatos y peliculeros lo único que queríamos era hablar de fútbol.

La amistad instantánea consiste en conocer a alguien, charlar con él y saber inmediatamente que aquel tipo se va a convertir en imprescindible en tu vida. Eso nos pasó. Poco tiempo después Pep sufrió la más grave lesión de su carrera, esa lesión que los médicos no acertaban a definir, que le impedía golpear el balón y que le mantuvo inactivo durante un año. Año en el que muchas lenguas especularon con sus gustos sexuales, aficiones psicotrópicas, enfermedades incurables y demás patrañas, en lugar de preocuparse por si había un tío sufriendo que necesitara un gesto de apoyo.

Un futbolista que no juega es una persona infeliz. Como amigo yo traté de llenarle los ratos sociales con libros, películas, gente nueva, mientras él ocupaba los ratos privados en ensayos con su novia Cristina para fabricar a su hija que llegaría definitivamente a tres días del cambio de siglo. Pero quién me iba a decir a mí que el annus horribilis de Pep se iba a convertir en un lujo para mí. Vi sentado junto a él en la tribuna del Nou Camp, a ras de césped, algunos partidos que jugaron sus compañeros. Y entonces supe que de fútbol se podía saber, no sólo especular con teorías vacuas y fanatismos desatados, sino que tenía un lenguaje sencillo, como el de todos los oficios, pero que sólo los muy profesionales saben descodificar.

Yo escuchaba a Pep decir cosas como: "Cruyff me dijo que si me hacían faltas era culpa mía, por tener el balón demasiado rato. Hay que soltarlo antes", "El balón corre más que cualquier persona, es él quien debe correr", "Ese tipo es un 'cartero' entrega el balón después de darle la mano a su compañero, en lugar de lanzárselo", "La primera patada y el primer tiro a puerta siempre tiene que ser de tu equipo, así juegan los italianos", "Mira ese de ahí, se esconde, tus compañeros lo que necesitan es saber que estás disponible siempre", "Antes de que te pasen el balón debes saber dónde lo vas a mandar, si no está claro, mejor guárdalo, dáselo a tu portero, nunca lo regales", "Te sonará a gilipollez, pero al fútbol se juega con un balón", "Con Romario sabías que no podías contar, pero que si le ponías un buen balón él iba a meter el gol, y el gol era lo único que necesitabas de él", "Cuanto mejor es el rival y más temible el campo, mejor juegas", "El público suele aplaudir al jugador populista, que regatea inútilmente, que corre a salvar un saque de banda estúpido, que abronca a los compañeros cuando se pierde y que pide la pelota cuando se gana, esto es así", "El fútbol es el juego más sencillo del mundo, basta que tu pie obedezca a tu cabeza".

Pep no es nada profesoral, pero será un gran profesor de futbolistas. Es un producto de entrenadores adecuados en la edad adecuada, es seguidor a ultranza del equipo en el que juega, del equipo en el que soñó jugar, privilegio que le está permitido a muy pocos. Posee varias peculiaridades como futbolista que lo engrandecen: respeta a los mitos, escucha a los que saben más que él, ambiciona el partido perfecto, se reconoce pieza de un circo mediático y social incontrolable, del mismo modo que a ratos se ve como un gran impostor, es buen compañero, le divierte jugar y tiene curiosidad por todo.

Pep es como los personajes de las películas de Howard Hawks, hace las cosas en el campo no esperando que le feliciten, sino porque considera que hacerlo bien es su trabajo. Además, suele afirmar que llegará el día en que nadie sepa quién es. Yo lo dudo.

David Trueba, guionista y director de cine

jueves, abril 20, 2006

FANTASMAS SOBRE VERDE por Eduardo Verdú


Nota: Gracias a Javier Gadea por acordarse de este blog para colgar este artículo

El final de un futbolista es tan melancólico como la pérdida de un amigo en la infancia. De pequeños, casi todos sufrimos la mudanza de un compañero de barrio que emigró a una urbanización mejor o a un chalé a las afueras. Sin avisar, un día anunció su inminente partida sorprendiéndonos en mitad de un partido, forzándonos a seguir jugando con un fantasma. Así se ha ido Raúl, y Zidane, y Roberto Carlos, y Ronaldo. Este Real Madrid ya ha terminado pero aún sigue aquí, como un espíritu negándose a la evaporación, como una última sombra. Pero incluso sin esperanza y con el porvenir averiado, muchos continuamos corriendo con ellos, chutando a su lado, apurando la progresiva transparencia de sus cuerpos. ¿La inercia del cariño, de la costumbre, un antídoto contra la pena? Lo único que entendemos es que la traición es obra del destino, no de los amigos, y esto nos impulsa a comprar todavía los partidos en pago por visión como nos llevó a seguir quedando con nuestro vecino en el descampado cuando ya había anunciado su marcha, compartiendo una amistad desahuciada, jugando al fútbol sin mirar el reloj.

Hay quien siente a su club como una prioridad, como un ente claramente superior a los jugadores que lo representan. Aficionados que conciben a los futbolistas como las piezas reemplazables de un engranaje total representado en un escudo. Hoy algunos madridistas simplemente lamentan la ausencia de títulos, el polvo en las vitrinas, el desencuentro con su propia historia. Sin embargo, otros sentimos la pérdida de unos viejos compañeros, de unas caras que se van difuminando, que ya no nos sonríen ni nos hacen sonreír, el final del idilio con un tiempo engañosamente infinito.

La dimisión de Florentino ha terminado con una era claramente en decadencia pero no necesariamente sentenciada. Si él ha saltado del barco, no hay duda de que la grieta es irreparable. De repente, nos hemos encontrado al borde de un abismo que no pudimos o no quisimos prever. El regreso de Raúl tras su lesión también fue un ingenuo espejismo, por un momento ansiamos creer que todavía le quedaba césped por delante, aguanises, palancas, espacio en el anillo para más besos. Pero su imagen de nuevo en el campo es un déjà vu, el holograma de otro tiempo en el que habría metido el rechace del poste de Highbury.

Este Real Madrid se marcha. Aún quedan los cuerpos, pero se comportan como espectros, cada vez responden menos a nuestras demandas y nosotros a las suyas. Todos intentamos fingir que no pasa nada, que mañana habrá otro partido, sin asumir que es el final y que estamos tristes. Seguimos todos pero ya no pertenecemos al mismo barrio.

Otros chavales ocuparán sus puestos, vendrán de las afueras a conquistar nuestra amistad, nuestra devoción, a prometernos fidelidad y excitación. Sin embargo, cada vez es más difícil volverse a ilusionar, hacer nuevos amigos. Hoy comprendemos que no queremos otros compañeros de partido, sino a estos que se van. Se acaban unos hombres, un equipo, un ciclo y, también, un poquito nosotros. Por eso nos duele, porque envejecemos con ellos. Este Real Madrid nos oscurece con su apagón, ya no tenemos esa capacidad de regeneración, esa elasticidad en el entusiasmo. Aquel colega de barriada se fue prometiendo volver, visitar, mantenerse en contacto, sin embargo se terminó diluyendo en su nuevo entorno. Hasta ahora los futbolistas que nos dejaban también se extraviaban para siempre. Pero, ahora, es difícil perderlos de vista. Convertidos en poderosos iconos gracias a la publicidad y a su tremenda calidad, aprovecharán su fama para seguir ganando dinero y mantener la popularidad.

Comentaristas deportivos, entrenadores, representantes o gerentes de alto rango en su club o en un gran organismo futbolístico internacional son las nuevas fórmulas con las que últimamente reaparecen las antiguas glorias del estadio. Antes, el recuerdo de aquel compañero de juegos que se marchaba para siempre del vecindario se prendía en la memoria inmaculado y de corto, apolilladamente glorioso, intocable. Sin embargo, hoy seguiremos viendo a estos jugadores cuando ya se hayan borrado del fondo verde. Trajeados y alopécicos nos visitarán a través de anuncios y así podremos contemplar, por primera vez, cómo envejece un fantasma.

lunes, abril 17, 2006

LA RESURRECCIÓN DEL NÁPOLES

En el caserón donde vivo ocurrió, el 16 de marzo de 1583, una resurrección de ida y vuelta. Estaba Felipe Neri celebrando misa cuando le avisaron de que Paolo, uno de los chicos de la familia Massimo, agonizaba. El futuro santo corrió hacia la cama del enfermo. Le encontró, sin embargo, ya muerto. En tales circunstancias, no podía hacer otra cosa que resucitar a Paolo: le puso la mano en la frente durante unos minutos, rezó, regó el cadáver con agua bendita y el chico volvió a la vida. Pero no volvió muy conforme, según parece, porque le dijo a san Felipe que muchas gracias, pero que prefería la muerte. Y murió otra vez.

El extraño milagro del palacio Massimo tiene algo que ver, quizá, con la fiesta de Nápoles. El equipo de la ciudad abandonó el sábado la Serie C, equivalente a la Tercera española, después de dos años negros, y logró el ascenso a la B con una victoria sobre el Perugia ante su público y en su propio estadio, el San Paolo, justo en el fin de semana de la Pascua de Resurrección. Todo encajó al fin. Empezó a terminarse la pesadilla iniciada en 2004 con la quiebra, el descenso a la C y la refundación como Napoli Soccer.

Como en los días de gloria, la grada del San Paolo invocó a su santo particular, el más reverenciado en el golfo y la costa amalfitana después de san Genaro, el de la sangre licuada: sonó el triple silbido del árbitro y la gente, desenfundando las bengalas, se desgañitó a gritos de "¡Maradona, Maradona, Maradona!".

El actual propietario del Nápoles es Aurelio de Laurentiis, un productor cinematográfico con una filmografía larga y perfectamente prescindible. De Laurentiis acudió a la cabecera del Nápoles cuando la sociedad estaba muerta; no le puso la mano en la frente, sino 40 millones de euros en el bolsillo, y resucitó al cadáver en poco tiempo. Hasta ahí, todo un señor.

Para realzar el ascenso a la B, De Laurentiis concedió una entrevista telefónica desde Hollywood a La Gazzetta Sportiva. Y envió un mensaje a Franco Carraro, el presidente de la Federcalcio: "Le pido que haga, como el caballero que es, un gran gesto y devuelva a los napolitanos aquello que merecen, la Serie A". La cosa no quedaba aquí: "Por parte de Carraro sería un gesto distensivo que cancelaría estos años de tensión. Porque algún error lo ha cometido: meter al Nápoles en la Serie C fue un gran error de márketing por todo lo que representa esta ciudad".

¿Márketing? ¿Los ascensos y descensos son cuestión de márketing? ¿Los equipos de las grandes ciudades no pueden quebrar ni bajar de categoría? Carraro es un personaje inefable al que ni los abogados de Silvio Berlusconi se atreverían a defender, pero pedirle un doble ascenso por motivos de caballerosidad -De Laurentiis hizo ya esa petición el año pasado- parece demasiado incluso en un mundillo tan pintoresco como el del calcio.

De Laurentiis dijo también a la Gazzetta que el fútbol está "destinado a cambiar completamente" y que hace falta avanzar hacia el futuro con una "cultura mediática" como la de Hollywood.

Leyendo esa entrevista, me vino a la memoria el milagro del palacio Massimo. Ojalá no ocurra, pero no parece imposible que algún día los napolitanos, y muchos otros, añoren aquellos partidos contra el Manfredonia, el Torres o el Juve Stabia, disputados en campos parroquiales de tierra, pedrusco y solazo de mediodía. Ojalá los napolitanos no tengan algún día que decirle al santo De Laurentiis que muchas gracias, pero que estaban mejor muertos.

Enric González es autor de Historias del Calcio

jueves, abril 13, 2006

ESPANYOL CAMPEÓN!!


Me alegro por los pericos, no tiene que ser fácil sobrevivir como lo hacen ellos...

miércoles, abril 12, 2006

EL TOPO SABIO por Julio César Iglesias


Al olor de la Liga de Campeones, el topo Riquelme se abrió camino en el subsuelo del Madrigal. Oyó un rumor de banderas, despertó de su sueño de siglos, salió a la superficie, pidió la pelota y mandó al cuarto trastero a Recoba, Figo, Adriano, Verón y demás lumbreras del Inter de Milán.

Nacido de las cenizas de Maradona, recriado en la escuela de la calle y curtido en los talleres de Boca Juniors, el chico de cera había encontrado de nuevo la solución más simple al problema más complejo. Nunca conoceremos los verdaderos orígenes de su malicia porteña ni de su espíritu ahorrativo, pero, por algún reflejo del instinto de conservación, ganó, como siempre, a su manera. Aunque se mueve con un mismo dominio por todas las esquinas y dispone a voluntad de toda la escala de toques, ritmos y velocidades, volvió a jugar con amortiguador.

Esa disposición de ánimo ha determinado su estilo: ya sea por un impulso contemplativo o por economizar energías, se desliza entre los obstáculos con la medida lentitud de los peces de acuario; es un jugador ondulante cuyas evoluciones invitan a la pasividad. Quizá por ello provoca en sus rivales una especie de pachorra crepuscular, la misma fascinación que la serpiente en el pájaro. No importa si hablamos del estilista más fino o del sicario más recio: atrapados por su fuerza magnética, unos y otros parecen la tonta del bote.

Sólo entonces, cuando están medio dormidos, la mascarilla de Román adquiere un brillo casi imperceptible. Sale de su impavidez de cacique el tiempo justo para ejecutar, con una inesperada celeridad, alguna de esas picardías suyas que pueden terminar indistintamente en un pellizco de monja, un alfilerazo de viuda o una bomba volante. En su repertorio, la potencia y la sutileza se conjugan con una admirable armonía cuya explicación está más en la masa de la sangre que en los libros. Su naturalidad es tan inaprensible como su pulso: sus muñecas son de mármol, procesa el juego como una máquina calculadora, y no importa el grado de intensidad del partido. En la salud y en la enfermedad él tiene cardiograma plano.

El martes levantó sus orejas redondas, movió los bigotes, descifró en un segundo los arcanos del área, husmeó el balón como si fuese un queso de bola, miró la portería con ese gesto suyo de infinita perplejidad y metió un pase oblicuo.

De pronto había dejado a Toldo colgado del aire, al Inter colgado de Toldo y a nosotros colgados del televisor.

Luego dio el bostezo del lirón, proclamó el peligro amarillo y dijo, sin abrir la boca, "El fútbol soy yo".

lunes, abril 10, 2006

TSIMTSUM

Isaac Luria, un rabino del siglo XVI, acuñó uno de los conceptos más enigmáticos de la Cábala. Según Luria, Dios tuvo que contraerse para hacer un hueco externo en el que crear el universo. Luego, vinieron la rotura de los vasos, las chispas divinas y la purificación, acontecimientos esotéricos ajenos a lo que nos ocupa.

Lo más interesante de la teoría cabalística luriana es una paradoja pesimista: cuanto más se expande el universo, más se contrae la divinidad, forzada a un exilio autoimpuesto en los límites exteriores de su propia creación. La conclusión lógica consiste en que Dios es cada día más pequeño y está cada día más lejos. A todo eso se le llama tsimtsum.

Quizás el concepto del tsimtsum sea el único capaz de explicar el misterio del Inter, cada año más rico, cada año más caro, cada año más caótico y cada año más lejano del scudetto y de la copa orejuda de los campeones de Europa. Algún tipo de maldición mística pesa sobre la Bienamada de Milán, la sociedad más patética del Calcio.

Hasta la semana pasada, ser interista constituía una desgracia leve y relativamente llevadera. Los lenguas bronceadas -a los interistas se les llama así porque cada verano están convencidos de que la próxima temporada es la suya y no dejan de hablar de los múltiples trofeos que ganarán de calle- se organizaban la vida bastante bien, de acuerdo con el ritmo de la naturaleza: felicidad con el calor, incertidumbre con las primeras lluvias de otoño, escepticismo con el frío y atroces disgustos en la primavera, sepultados de inmediato por la adrenalina de algún fichaje veraniego destinado a cambiar de forma definitiva el destino del Internazionale.

Esos buenos tiempos concluyeron en El Madrigal. La gente del Inter quedó condenada a vagar en pena, felicitando por los siglos de los siglos al Villarreal y pidiendo perdón al mundo por haber hecho lo que hizo en esa noche aciaga. No por el codazo de Materazzi, que también, sino por la bochornosa renuncia a jugar al fútbol frente a un equipo que sí jugó.

El Inter ganó el sábado en Ascoli (1-2), pero dio lo mismo. En Milán esperaban su vuelta unos cuantos desquiciados -hasta en eso la desgracia es azul y negra: los grupos violentos interistas son comparables con los del Lazio- para atacar a los jugadores. A las tres de la madrugada, en el aeropuerto de Malpensa, el pobre Cristiano Zanetti, que no ha jugado apenas y en junio se larga al Juventus, fue el que corrió más lento y se llevó un golpe en la cabeza. A eso del amanecer, parecía imposible que el Inter pudiera caer más bajo.

Cualquier situación, sin embargo, es siempre susceptible de un empeoramiento. Lo peor llegó a las tres de la tarde, cuando los futbolistas del Milan acordaron saltar al campo con diez minutos de retraso como muestra de solidaridad con sus colegas del Inter. Sólo faltaba eso: la piedad del rival y las cuchufletas de la afición milanista.

El Milan estuvo a punto de caer frente al Lyón, pero logró el milagro en los últimos diez minutos. El Inter hizo un milagro distinto: arruinar el verano a cientos de miles de lenguas bronceadas y alejar hasta lo inconcebible el sueño de un título, una copa, una alegría.

Han pasado 17 años desde el último scudetto y cuatro decenios desde la última Copa de Europa. El tsimtsum se lleva cada vez más lejos la esperanza y abandona al Inter en la continua expansión de su miseria. Es imposible explicar la vergüenza que sienten los interistas. La vergüenza que sentimos.

Enric González es autor de Historias del Calcio

viernes, abril 07, 2006

EL FÚTBOL “ES” UN LENGUAJE CON SUS POETAS Y PROSISTAS por Pier Paolo Pasolini


Aviso, hoy “droga dura”. Después de dudarlo mucho tiempo me decido a colgar el ensayo futbolístico-literario del polifacético Pier Paolo Pasolini. Il calcio “è” un linguaggio con i suoi poeti e prosatori fue publicado en Il Giorno, el 3 de enero 1971. Al final, aunque resulte algo extenso (y muy interesante), voy a subirlo en una única entrada.

En el debate sobre los problemas lingüísticos que artificialmente distancian a literatos de periodistas y a periodistas de futbolistas, fui preguntado por un atento periodista, para el “Europeo”: pero en la rotativa mis respuestas han resultado un poco reducidas y flojas (¡debido a las exigencias periodísticas!). Como el tema me gusta, desearía retomarlo con un poco de calma y con la plena responsabilidad de lo que digo. ¿Qué es una lengua? “Un sistema de signos”, responde, de la manera más exacta hoy, un semiólogo.

Pero ese “sistema de signos” no es sola y necesariamente una lengua escrito-hablada (ésta que usamos aquí ahora, yo escribiendo y tú, lector, leyendo).

Los “sistemas de signos” pueden ser muchos. Pongamos un caso: yo y tú, lector, nos encontramos en una habitación donde están presentes también Ghirelli y Brera, y tú quieres decirme de Ghirelli algo que Brera no debe escuchar. Entonces no puedes hablarme por medio del sistema de signos verbales, debes adoptar forzosamente otro sistema de signos: por ejemplo, el de la mímica: entonces empiezas a gesticular con los ojos y la boca, a agitar las manos, a hacer movimientos con los pies, etcétera. Eres el “cifrador” de un discurso “mímico” que yo descifro: eso significa que tenemos en común un código “italiano” de un sistema de signos mímico.

Otro sistema de signos no verbal es el de la pintura; o el del cine; o el de la moda (objeto de estudios de un maestro en este campo, Roland Barthes), etcétera. El juego del futball es un “sistema de signos”; es decir, una lengua, aunque no verbal. ¿Por qué hago este discurso (que quiero continuar esquemáticamente después)? Porque la querelle que enfrenta el lenguaje de los literatos con el de los periodistas es falsa. Y el problema es otro.

Veamos. Cada lengua (sistema de signos escritos-hablados) posee un código general. Pongamos el italiano: yo y tú, lector, al usar este sistema de signos, nos comprendemos, porque el italiano es nuestro patrimonio común, “una moneda de cambio”. Sin embargo, cada lengua está articulada en varias sublenguas, de las que cada una posee un subcódigo: así pues, los italianos médicos se comprenden entre sí -cuando hablan su jerga especializada- porque cada uno de ellos conoce el subcódigo de la lengua médica; los italianos teólogos se comprenden entre ellos porque poseen el subcódigo de la jerga teológica, etcétera.

También la lengua literaria es una lengua jergal que posee un subcódigo (en poesía, por ej., en vez de decir “speranza” se puede decir “speme”, pero ninguno de nosotros se sorprende de esta cosa extraña, porque todos sabemos que el subcódigo de la lengua literaria italiana requiere y admite que en poesía se usen latinismos, arcaísmos, palabras apocopadas, etc.).

El periodismo no es más una rama menor de la lengua literaria: para comprenderlo nosotros nos valemos de una especie de sub-subcódigo. En pocas palabras, los periodistas no son más que unos escritores, que, para vulgarizar y simplificar conceptos y representaciones, se valen de un código literario, digamos -por permanecer en el ámbito deportivo- de serie B. También el lenguaje de Brera es de serie B respecto al lenguaje de Carlo Emilio Gadda y de Gianfranco Contini.

Y el de Brera es, quizá, el caso más noblemente cualificado del periodismo deportivo italiano. Por lo tanto, no existe conflicto “real” entre escritura literaria y escritura periodística: es esta segunda la que, siendo servil como ha sido siempre, y enaltecida ahora por su empleo en la cultura de masas (¡que no es popular!), tiene pretensiones un poco soberbias, de parvenu. Pero pasemos al football.

El football es un sistema de signos, o sea un lenguaje. Tiene todas las características fundamentales del lenguaje por excelencia, el que nosotros nos planteamos en seguida como término de confrontación, o sea el lenguaje escrito-hablado.

De hecho, las “palabras” del lenguaje del fútbol se forman exactamente igual que las palabras del lenguaje escrito-hablado. Ahora bien, ¿cómo se forman estas últimas? Se forman a través de la llamada “doble articulación”, o sea a través de las infinitas combinaciones de los “fonemas”: que son, en italiano, las 21 letras del alfabeto.

Los «fonemas», por tanto, son las «unidades mínimas» de la lengua escrito-hablada. ¿Queremos divertirnos definiendo la unidad mínima de la lengua del fútbol? Veamos: “Un hombre que usa los pies para chutar un balón” es tal unidad mínima: tal “podema” (si queremos seguir divirtiéndonos). Las infinitas posibilidades de combinación de los “podemas” forman las “palabras futbolísticas”: y el conjunto de las “palabras futbolísticas” forma un discurso, regulado por auténticas normas sintácticas. Los “podemas” son veintidós (casi igual que los fonemas): las “palabras futbolísticas” son potencialmente infinitas, porque infinitas son las posibilidades de combinación de los “podemas” (en la práctica, los pases de balón entre jugador y jugador); la sintaxis se expresa en el “partido”, que es un auténtico discurso dramático.

Los cifradores de este lenguaje son los jugadores, nosotros, en las gradas, somos los descifradores: así pues, poseemos en común un código.

Quien no conoce el código del fútbol no entiende el “significado” de sus palabras (los pases) ni el sentido de su discurso (un conjunto de pases).

No soy ni Roland Barthes ni Greimas, pero como aficionado, si quisiera, podría escribir un ensayo mucho más convincente que esta mención, sobre la “lengua del fútbol”. Pienso, además, que se podría escribir también un bonito ensayo titulado Propp aplicado al fútbol: porque, naturalmente, como toda lengua, el fútbol tiene su momento puramente “instrumental”, rigurosa y abstractamente regulado por el código, y su momento “expresivo”.

En efecto, antes he dicho que toda lengua se articula en varias sublenguas, cada una de las cuales posee un subcódigo.

Pues bien, en la lengua del fútbol se pueden hacer también distinciones de este tipo: también el fútbol posee unos subcódigos, desde el momento que, de ser puramente instrumental, pasa a convertirse en expresivo.

Puede haber un fútbol como lenguaje fundamentalmente prosístico y un fútbol come lenguaje fundamentalmente poético.

Para explicarme, pondré -anticipando las conclusiones- algunos ejemplos: Bulgarelli juega un fútbol en prosa: él es un “prosista realista”. Riva juega un fútbol en poesía: él es un poeta “realista”.

Corso juega un fútbol en poesía, pero no es un “poeta realista”: es un poeta un poco maudit, extravagante.

Rivera juega un fútbol en prosa: pero la suya es una prosa poética, de “elzevir”.

También Mazzola es un elzeviriano, que podría escribir en el Corriere della Sera: pero es más poeta que Rivera: de vez en cuando él interrumpe la prosa, e inventa en seguida dos versos fulgurantes.

Quiero aclarar que entre la prosa y la poesía no hacemos distinción de valor; la mía es una distinción puramente técnica.

Sin embargo, entendámonos: la literatura italiana, sobre todo la reciente, es la literatura de los “elzevirios”: ellos son elegantes y extremadamente estetizantes: su fondo es casi siempre conservador y un poco provinciano... en fin, democristiano. Entre todos los lenguajes que se hablan en un país, incluso los más jergales y difíciles, hay un terreno común: que es la “cultura” de ese país: su actualidad histórica.

Así, precisamente por razones de cultura y de historia, el fútbol de algunos pueblos es fundamentalmente en prosa: prosa realista o prosa estetizante (este último es el caso de Italia), mientras que el fútbol de otros pueblos es fundamentalmente en poesía.

En el fútbol hay momentos que son exclusivamente poéticos: se trata de los momentos del “gol”. Cada gol es siempre una invención, es siempre una perturbación del código: todo gol es “ineluctabilidad”, fulguración, estupor, irreversibilidad. Precisamente como la palabra poética. El máximo goleador de un campeonato es siempre el mejor poeta del año. En este momento lo es Savoldi. El fútbol que expresa más goles es el fútbol más poético.

También el “dribbling” es de por sí poético (aunque no “siempre” como la acción del gol). De hecho, el sueño de todo jugador (compartido por todo espectador) es salir del centro del campo, driblar a todos y marcar. Si, dentro de los límites permitidos, se puede imaginar en el fútbol una cosa sublime, es precisamente ésta. Pero no sucede jamás. Es un sueño (que he visto realizado sólo en Maghi del pallone de Franco Franchi, que, aunque sea a nivel rústico, ha conseguido ser perfectamente onírico).

¿Quiénes son los mejores dribladores del mundo y los mejores goleadores? Los brasileños. Por lo tanto, su fútbol es un fútbol de poesía: de hecho, en él todo está basado en el dribbling y en el gol.
El catenaccio (encadenado) y la triangulación (que Brera llama geometría) es un fútbol de prosa: en efecto, está basado en la sintaxis, o sea en el juego colectivo y organizado: es decir, en la ejecución razonada del código. Su único momento poético es el contraataque, con el “gol” añadido (que, como hemos visto, no puede más que ser poético). En definitiva, el momento poético del fútbol parece ser (como siempre) el momento individualista (dribbling y gol; o pase inspirado).

El fútbol en prosa es el del llamado sistema (el fútbol europeo). El “gol” está encomendado a la “conclusión”, a ser posible de un “poeta realista” como Riva, pero debe derivar de una organización de juego colectivo, basado en una serie de pases “geométricos” ejecutados según las reglas del código (Rivera en esto es perfecto: a Brera no le gusta porque se trata de una perfección un poco estetizante, y no realista, como en los centrocampistas ingleses o alemanes).

El fútbol en poesía es el del fútbol latinoamericano. Esquema que para ser realizado debe requerir una capacidad monstruosa de driblar (cosa que en Europa es repudiada en nombre de la “prosa colectiva): y el gol puede ser inventado por cualquiera y desde cualquier posición. Si dribbling y gol son los momentos individualistas-poéticos del fútbol, es por eso que el fútbol brasileño es un fútbol de poesía. Sin hacer distinción de valor, sino en sentido puramente técnico, en México la prosa estetizante italiana ha sido vencida por la poesía brasileña.

Pier Paolo Pasolini, cineasta italiano (y escritor, y pintor, y crítico teatral, etc.)

lunes, abril 03, 2006

LUCIANO, CESARE Y LA TERCERA EDAD

El otro día, cuando terminó el entrenamiento, Luciano Spalletti le dijo a Okaka que se quedara en el campo. Mientras los demás jugadores del Roma cantaban bajo la ducha, Spalletti centraba balones y Okaka remataba de cabeza. Los dos solos, entre bromas, como un par de amigos. Okaka tiene 16 años y ayer jugó contra el Fiorentina. También jugaron Acquilani (22) y Rosi (18). De Rossi, que a los 22 se ha convertido en uno de los mejores medios centro del calcio, se quedó en el banquillo por lesión.

A mediados del segundo tiempo, cuando el Roma marcó el gol que igualaba el de Toni (el 26 de la temporada), Cesare Prandelli hizo cambios. Introdujo a Montolivo y llamó a Bojinov para conversar un instante. La cosa fue más o menos así: "¿Te va bien seguir por la izquierda?". "Sí, míster; estoy cómodo". "Pues tú, por la derecha, Montolivo". "Vale". Y el Fiorentina tomó la iniciativa al final.

La cosa, que concluyó en empate (1-1), permitió comprobar el buen trabajo de los dos técnicos más eficientes, dialogantes, imaginativos y honrados del campeonato italiano (Pillon, del Chievo, también estupendo, se queda por ahora un poco por debajo del dúo de moda). Uno, Prandelli, inventó a principios de curso un esquema eficaz basado en Toni, el prolífico hombre en punta. El otro construyó sobre la base de Totti, que para el Roma viene a ser como la suma de Ronaldo y Ronaldinho, y fue perdiendo piezas por el camino (Cassano se fue, Montella se rompió) hasta perder al propio Totti. ¿Qué hizo? Sacar a los chavales y enseñarles a jugar en movimiento continuo para que todos fueran a la vez creadores y ejecutores y la suma de su esfuerzo cubriera el hueco del gran Francé. Lo que salió, la llamada Banda de Hermanos, es uno de los equipos más humildes, esforzados y vistosos del torneo.

Fiorentina y Roma, Prandelli y Spalletti, compiten por el cuarto puesto. Los tres primeros, como siempre, están reservados para las tres hermanas. El scudetto lo ganará Fabio Capello, que se enfadó el sábado con Ibrahimovic. Capello lleva días enfadado. Le molesta que se vea el cartón de su supuesta magia y en las eliminatorias europeas, cuando su robusto y veterano cuadrado mágico (Cannavaro, Thuram, Vieira y Emerson) ha empezado a ir mal de bofe y ha dejado de gozar de lo que los italianos, con deliciosa discreción, llaman "sumisión psicológica" de los árbitros a la Juve, el cartón ha asomado por todas partes.

Roberto Mancini, el atildado técnico interista, tiene sólo 41 años y debería apostar por la juventud y la inventiva. Ocurre al contrario: parece fiarse sólo de jugadores cercanos a su generación. Sus hombres de confianza son Verón y Figo, treintañeros. Por no hablar de su mano derecha, Mihailovic, que a los 37 parece del otro lado de la frontera escatológica (en un sentido filosófico, no excrementicio).

A Carlo Ancelotti le gusta que su Milan juegue al ataque. Pero, si repasamos las partidas de nacimiento de los que alineó el sábado ante el Lecce, desde los venerables Costacurta (40 años) y Maldini (38) hasta los Cafú (35) y Rui Costa (33), se entiende que el Milan perdiera ante uno de los colistas.

En el momento culminante de la competición europea, los equipos italianos, mucho más vetustos que el Arsenal, el Barcelona o el Lyón, corren el riesgo de asfixiarse en la última cuesta. Ya pasó algo parecido la temporada pasada: lo del Milan frente al Liverpool no fue despiste, ni exceso de confianza ni mala suerte; fue, muy probablemente, un simple achaque.

Enric González es autor de Historias del Calcio