lunes, febrero 26, 2007

Historias del Calcio. CÓMO NO FALLAR UN PENALTY


Hay quien piensa que para entender de fútbol conviene haberlo jugado. Otros basan su ciencia en las combinaciones numéricas, 4-2-4, 4-4-2, 4-2-3-1, o en un examen detallado del abdomen de Ronaldinho. Todo ayuda, por supuesto. Pero las páginas deportivas no lo cuentan todo. En realidad, para entender el fútbol (y la política, y la cultura, y la hipoteca que uno paga) conviene adentrarse en la estepa de la economía. A veces se descubren historias edificantes y enternecedoras, como la que cuenta el periodista y dramaturgo Gianfrancesco Turano en su libro Tutto il calcio miliardo per miliardo.

La historia empieza en una noche romana de 2001, desbordante de euforia: la ciudad celebra el scudetto del Roma. El equipo giallorosso es formidable: Totti, Batistuta, Emerson, Cafú, Samuel... El propietario de la sociedad, Franco Sensi, magnate del petróleo y la hostelería, ha gastado todo lo que ha podido, y más, para componer una alineación memorable. En ese empeño, ha contado con la gentil colaboración crediticia del banquero Cesare Geronzi, presidente de Capitalia y vicepresidente de Mediobanca, uno de los dueños de Italia.

El siguiente capítulo se desarrolla en 2004. El Roma no ha vuelto a ganar ningún scudetto y su deuda ya es agobiante. Entonces aparece Roman Abramovich, el inmensamente rico propietario del Chelsea, que ofrece 150 millones de euros por Totti y Emerson. Sensi, de acuerdo con el entrenador, Fabio Capello, y con el director deportivo, Franco Baldini, responde que Totti no está en venta, pero sí lo está la sociedad. Por unos millones más, el magnate ruso puede quedarse con todo. Abramovich tiene bastante con el Chelsea, pero habla del asunto con dos amigos suyos, Anatoli Kolotinin y Suleiman Kerimov, de la Nafta Moskva. Kerimov, un tipo tan oscuro como todo lo que rodea hoy el Kremlin, es a los 38 años diputado de la Duma y una de las 100 personas más ricas del mundo.

Kolotinin y Kerimov contratan a Salvatore Trifiró, un abogado que trabaja para las mayores empresas italianas, como garantía de seriedad. Y ponen sobre la mesa una oferta de 400 millones de euros por el Roma y por varias de las instalaciones petroleras de Sensi. La venta está a punto de cerrarse.

Pero, ay, la cosa no conviene al banquero Geronzi, que a esas alturas está a punto de quedarse con esas instalaciones petroleras y con otros bienes que la familia Sensi aportó como garantías a los créditos. Si llegan los rusos, Geronzi recupera los préstamos. Lo que Geronzi desea, sin embargo, es lo otro: los bienes. ¿Qué hace? Lo que haría cualquiera en su caso: llama a Silvio Berlusconi, presidente del Gobierno y del Milan, y le plantea la situación. Il Cavaliere comprende que al Milan tampoco le interesa un Roma rebosante de petro-rublos. ¿Solución? Berlusconi telefonea a su amigo Vladimir Putin y le pide que bloquee la oferta de Nafta Moskva. Simultáneamente, alguien envía a la Guardia de Finanzas a revisar a fondo todas las cuentas del Roma.

Putin actúa con rapidez y la oferta rusa se esfuma pocos días después. El Roma no puede pagar a Geronzi y éste se queda con la mitad de Italpetroli, la empresa de Sensi: penalti y gol. Capello y Emerson se marchan al Juventus. El sueño romanista de competir en pie de igualdad con el Milan o el Inter se convierte en humo.

Una historia edificante, ¿no? Tiene además un curioso epílogo. En noviembre pasado, Kerimov sufrió un gravísimo accidente automovilístico en Niza mientras conducía un Ferrari prestado. La policía francesa abrió una investigación.

El Roma, a todo esto, ganó ayer por 3-0 al Reggina. Totti falló un penalti por sexta vez esta temporada. Geronzi y Berlusconi fallan mucho menos.

Enric González es autor de Historias del Calcio

domingo, febrero 25, 2007

LA RESURRECCIÓN Y EL MISTERIO DE SAN DAVID por John Carlin


Quizá llegue el día en el que sepamos todos con certeza si hay vida después de la muerte, pero por ahora parece difícil que se resuelva la cuestión. En el universo del fútbol, en cambio, sabemos de manera científica que sí la hay.

La prueba más persuasiva hasta hoy había sido la victoria del Manchester United contra el Bayern Múnich en la final de la Liga de Campeones de 1999, en Barcelona. Había pasado el minuto 90, ganaba el Bayern por 1-0 y el árbitro señalaba que quedaban tres minutos de tiempo adicional. En esos tres minutos, el Manchester marcó dos goles y ganó.

El mejor jugador del Manchester aquel día, según el entrenador, Alex Ferguson, fue el que lanzó los córners desde los que llegaron los dos goles, David Beckham. Y ahora, esta misma semana, es Beckham el que nos ha aportado la prueba definitiva, la más contundente que se haya visto nunca, de que en el fútbol la resurrección sí existe.

El 11 de agosto del año pasado, el nuevo seleccionador inglés, Steve McClaren, lo mató cuando anunció que no contaba más con él. El 13 de enero de este año, Fabio Capello, su entrenador en el Real Madrid, lo enterró al declarar que nunca más vestiría los colores del club blanco.

Un mes después, Capello entendió que ni siquiera él, con su ego XXL, podía con san David; que estaba ante un fenómeno que lo superaba. Rectificó. Lo puso de titular, Beckham marcó y el Madrid ganó. El impacto en Inglaterra fue tal que empezó un runrún para que también McClaren sucumbiera. No se le veía muy convencido al seleccionador hasta que una semana más tarde Beckham jugó en el partido siguiente del Madrid. El encuentro acabó en un empate sin goles, pero el inglés se adueñó una vez más del protagonismo (no por nada es el personaje más famoso del mundo) al ser expulsado en el último minuto. Ante la prueba de que el león seguía tan fiero como siempre, el murmullo inglés se convirtió en un clamor. Encuestas en diarios como The Sun (venta diaria: cuatro millones y medio) dieron un resultado del 82% a favor de que Beckham volviese a representar a su país.

McClaren, muy presionado, empezó a decir cosas como: "Bueno, nunca dije que las puertas le estarían cerradas para siempre", cuando todo el mundo sabía que sí se las había cerrado; que McClaren lo había tenido tan claro como, en su momento, Capello. Había llegado la hora, habían decidido ambos, de confiar en una nueva generación. Y, además, el impacto Beckham en el vestuario no era bueno, pensaban el inglés y el italiano. Demasiado galáctico el Becks. Un factor desequilibrante para la moral de la tropa.

Se demostró, a través de la desafiante solidaridad de los compañeros españoles de Beckham (Raúl, Salgado, Helguera, Guti), que en el vestuario del Madrid no lo entendían así. Lo valoraban y lo querían, igual que sus compañeros de la selección inglesa. No es difícil entender por qué. Si uno es joven y tiene como compañero de trabajo a un ídolo mundial que, además, es humilde y lo trata a uno no con desdén, sino (aunque seas el portero suplente) como un colega más, pues es difícil no caer bien.

También creen sus compañeros que aporta mucho en el campo, lo cual debe de ser un misterio para la legión de detractores que tiene Beckham en España y en Inglaterra.

Esta semana, por fin, el misterio se ha aclarado. El Madrid jugó el partido más importante de la temporada, en la Liga de Campeones contra el Bayern, y Beckham fue el mejor. Al menos, eso es lo que dijeron los alemanes, empezando por el director general del Bayern, Karl-Heinz Rummenigge. De Beckham fluyeron los tres goles del Madrid y las mejores oportunidades que no acabaron en gol. Igual de influyente fue Beckham en los dos partidos anteriores de la Liga.

Y he aquí el secreto: Beckham no tiene regate, no tiene pie izquierdo, no es rápido, no cabecea, no recupera, pero crea más ocasiones de gol que cualquiera, empezando por sus rivales más vistosos en el Madrid, Reyes y Robinho. Lo mismo sucedió en el Mundial de Alemania. Inglaterra jugó fatal y Beckham no hizo nada, salvo crear todos los goles ingleses.

Hay tanto análisis del fútbol, y tan sesudo, que a veces nos olvidamos, parece, de que el objetivo primordial es marcar goles. Capello, tras sus 40 años y pico como profesional, da señales por fin de haberlo entendido. McClaren, también. El seleccionador inglés ya ha dicho que va a ir a Múnich en diez días a ver el partido de vuelta del Madrid. Apuesten lo que quieran. Beckham vuelve a jugar para su país.

martes, febrero 20, 2007

Historias del Calcio. UN OLOR SOSPECHOSO


Recapitulemos. En la última década, el calcio ha encajado dos quiebras fraudulentas (Lazio y Parma), dos quiebras menos fraudulentas (Fiorentina y Nápoles), un escándalo de arreglos arbitrales que ha enviado al purgatorio a la sociedad más prestigiosa (Juventus), una victoria en el Mundial de selecciones, innumerables incidentes violentos, una víctima mortal y un cierre de estadios. Hablamos, pues, de un fútbol curado de espantos y, a la vez, lleno de costurones. Aquí se nace viejo y enseñado, con el olfato afinado y el paladar curtido.

Ahora mismo, el tifoso italiano olfatea algo extraño y aún no sabe qué es, pero lo identifica con el exterior, con Europa. El calcio es tradicionalmente competitivo. En las competiciones continentales, los italianos suelen ser vistos como rivales peligrosos. Ahora mismo, sin embargo, flota una gran incógnita sobre el valor real de la Serie A. La formidable ventaja del Inter sobre los demás equipos podría significar que el antiguo pupas se ha transformado en una máquina invencible. Podría significar también que el Inter es tan sólo un buen equipo que se enfrenta a piltrafas. El olor sospechoso tiene que ver con esa duda.

Lo de Ronaldo podría ser un síntoma. Hay quien teoriza que no quería jugar en el Madrid y ahora, en Milán, vuelve a ser el de siempre. Esa teoría, de momento, no resiste el contacto con la realidad. Ronaldo marcó dos goles el sábado, contribuyó a fabricar un tercero y falló una ocasión muy clara, todo eso es cierto. También lo es que el Milan ganó por 3-4 a un equipo de la segunda mitad de la tabla, el Siena, y que sólo se llevó los tres puntos por un autogol de los toscanos en el tiempo de descuento. Ronaldo destacó sin hacer nada extraordinario. El Siena-Milan fue un partido entretenido y vulgar, un asunto menor.

Otros síntomas son los de Tavano y Fiore, dos rebotados del Valencia. Tavano, que en España no dio pie con bola, se maneja con soltura en el Roma y no desentona para nada junto a Totti, Perrotta y demás compañía. Fiore, que ayer marcó su segundo gol con el Livorno, ha hecho más que encajar: es la esperanza del equipo. O los futbolistas italianos son inexportables o se está abriendo un desnivel entre la Serie A y las otras grandes Ligas.

Las puertas del calcio se reabren esta semana con la reanudación de la Liga de Campeones. Entrará el aire y se descubrirá, por fin, de dónde procede el olor. Valencia, Celtic y Lyon medirán la auténtica envergadura de Inter, Milan y Roma. El miércoles, en la Copa de la UEFA, el Livorno ya dio su medida ante el Espanyol: el público ausente se ahorró una pena, un quejido agónico, una impotencia lenta que no podía atribuirse a las tribunas vacías. El Espanyol fue mucho mejor, mucho más profesional y práctico, mucho más italiano.

El gran temor es que en esta semana de la verdad se descubra una realidad incómoda. Es posible que el olor misterioso no venga de fuera, sino de las mismas entretelas del calcio, y que sea el olor del miedo.

De hecho, eso es más que posible. El fútbol italiano navega en la incertidumbre y desconfía.

Dicho lo cual, conviene recordar que el calcio da lo mejor de sí cuando está perdido y desahuciado y cuando nadie apuesta por él. El Mundial de Alemania fue ejemplar en ese sentido. El grupo que emprendió la aventura alemana carecía de crédito, no se hablaba con la prensa, se sentía zarandeado por el escándalo de Luciano Moggi y la corrupción arbitral, tenía cojo al mejor jugador (Totti) y parecía fiarlo todo a las proezas del portero y a los mordiscos de Materazzi, Gatusso y Camoranesi. Basta releer cualquier diario deportivo italiano del pasado mes de junio: se temía el ridículo. E Italia no sólo ganó, sino que ofreció al gran Zidane la despedida más imprevisible, melancólica y fascinante de todos los tiempos.

Enric González es autor de Historias del Calcio

viernes, febrero 16, 2007

POETAS Y FÚTBOL por Javier Rioyo


Hace años estaba viendo un partido de fútbol en compañía de amigos, algunos de ellos escritores y en uno de los momentos más apasionantes del juego sonó mi móvil. Lo dejé sonar para poder seguir las emociones del partido. Pasaron unos minutos, volvió a sonar mi móvil, más o menos en el momento en que mi equipo estaba a punto de marcar un gol- un acontecimiento en aquel entonces bastante extraordinario- y volví a no hacer caso de la llamada. Un momento después mi móvil volvió a reclamar mi atención y, por tercera vez, a molestar a todos los atentos a la pantalla. Con su habitual calma, el escritor Julio Llamazares sentenció: “A la hora de un partido, sólo puede llamar una mujer o un poeta”. Tuve suerte, era una mujer.

También ayer, reunidos un grupo de amigos para ver el partido de la jornada -como lo llaman los comentaristas-, uno de esos partidos de máxima intensidad en los que se enfrentaban los dos equipos históricos de esta ciudad, el Atlético de Madrid y el Real Madrid, volvió a sonar el móvil en un momento inapropiado. Reconocí la procedencia de la llamada y no lo atendí, era un poeta. Una vez más Llamazares tenía razón. Aunque las llamadas durante los partidos ya no son lo que fueron. Ya no está tan claro que un escritor, un poeta, y mucho menos una mujer no estén siguiendo “el partido de la jornada”. Muchas veces veo los partidos en compañía de mujeres mucho más apasionadas, forofas, que cualquier hombre. Y si de poetas hablamos, pues más de lo mismo.

Desde hace muchos años estoy rodeado de poetas, artistas o mujeres que sienten pasión por ese juego. No hay más que recordar las pasiones por el fútbol de Manuel Vázquez Montalbán o Juan García Hortelano. La que mantienen los escritores Javier Marías, Vicente Verdú, Gonzalo Suárez, Paco Brines, Juan Cueto o Almudena Grandes. Eso por no hablar de poetas, fanáticos seguidores de sus equipos, como Luis García Montero, Benjamín Prado o el editor Chus Visor que no se conforman con ver el espectáculo por la televisión, sino que muchos fines de semana hacen sus planes un función de poder escaparse para poder gritar sus pasiones en el campo de juego.

El fútbol, que no tiene grandes películas, sí que tiene poetas y escritores que han sabido acercarnos algunos momentos de esa lucha, ese melodrama que tiene una duración inteligente. Siempre sabes cuándo terminará la tragedia de tu equipo, incluso -algunas veces pasa- cuándo finalizará esa obra con un final feliz. Yo que soy del Atlético de Madrid -“¡qué manera de palmar, qué manera de sufrir”- sé bien de qué hablo cuando digo drama. Aunque siempre nos parece que los tiempos están cambiando. Uno sigue teniendo una gran capacidad para engañarse, para forjarse esperanzas, para hacerse ilusiones.

Nos gusta el fútbol, como a Albert Camus, Peter Handke, Rafael Alberti, Elías Querejeta o Eduardo Chillida. Nos gusta aunque nunca hayamos jugado, aunque nos parezca excesivo tener que ir al campo, hacer esas colas y soportar esas hinchadas que se convierten en fanáticas y excesivas en sus gritos por la pequeña aventura, por el azar y el destino de un objeto, de un pequeño objeto de cuero.

Hay algunas cosas que todavía me resultan insoportables cuando veo un partido. Son insoportables algunas expresiones fanáticas y racistas que se expresan con demasiados gritos y furias en el campo. Pero lo que me parece aún más intolerable es que todavía se vean en los campos -ayer en el estadio del Real Madrid, otras veces en otros estadios- banderas con los símbolos franquistas o banderas con símbolos nazis. ¿Es tan difícil retirar esas banderas y esos nostálgicos fascistas que las enarbolan? Y lo hacen con impunidad y televisión en directo.

Robado de www.blogs.elboomeran.com

lunes, febrero 12, 2007

Historias del Calcio. SEÑALES EN EL CIELO

Hay que hacerse a la idea: el Inter va camino de ser campeón. Ayer se apuntó la 15ª victoria consecutiva en la Liga, algo que sólo habían conseguido antes, en 1961, el Real Madrid de Di Stéfano, Puskas y los cinco títulos en fila y, en 2006 (a caballo entre dos campeonatos), el Bayern de Múnich. El Inter mantiene los 11 puntos de ventaja sobre el segundo, el Roma, y, más importante que eso, ha adquirido tal prestancia que los rivales (y los árbitros, que suelen sonreír al que gana) se le deshacen entre las manos. Faltaba Adriano y ha vuelto: cinco goles en seis partidos. Los mimos de Mancini y las vacaciones en Brasil han realizado el milagro. Y el equipo es una máquina. El Inter, tradicionalmente célebre por su capacidad de arrancar una derrota en las mismas fauces de la victoria, no se parece en nada a sí mismo.

La ex Bienamada, a la que ya sólo aman los íntimos porque no hay quien aguante tal suficiencia, es calificada de "perfecta" por los comentaristas italianos. Traducción: se defiende bien y aprovecha con muy mala uva sus ocasiones de gol. El Inter no se parece a sí mismo, sino al Juventus del curso pasado, sólo que sin Luciano Moggi y sin (que se sepa) arreglos arbitrales.

Todo esto puede parecer banal. Siempre hay uno que gana. La cosa, sin embargo, es seria porque se trata del Inter.

El Internazionale de Milán obtuvo su último scudetto (no es elegante contar el título administrativo de 2006) en 1989, el año en que cayó el Muro y acabó una era. El anterior lo ganó en 1980, el año en que Silvio Berlusconi creó, de forma poco legal pero rentabilísima, la primera televisión privada italiana, dando inicio a lo que todos sabemos. Habrá que ver qué catástrofe ocurre en 2007 si, como parece, el scudetto se cose otra vez sobre el frontal de las camisetas negras y azules.

Quedaba una esperanza, la de la cancelación del campeonato. Esa esperanza se ha revelado vana. En 2006 se descubrió que Moggi llevaba temporadas manipulando el torneo en favor de su equipo, el Juventus, y de unos cuantos amiguetes (Milan, Fiorentina y Lazio, según los jueces deportivos), pero no pasó nada. Hubo sanciones y el calcio siguió adelante. En 2007 ha sido asesinado a golpes de lavabo un policía y los ultras han lanzado su enésimo desafío al mundo, creando una situación tan grave que se ha planteado la posibilidad de cerrar la competición y tirar la llave al pozo, pero no pasa nada. Aunque en más de la mitad de los estadios se juega sin público, el calcio sigue adelante.

Habrá, porque siempre los hay, descontentos y aguafiestas. Gente que, en vez de saludar el estreno de Ronaldo con el Milan (un equipo tan lento que, en comparación, el robusto Fenómeno parece una centella), se empeña en mirar donde no debe. A la curva del estadio Olímpico, por ejemplo, donde un sector de la fiel muchachada romanista se volvió de espaldas al césped mientras se guardaba un minuto de silencio en memoria del policía Filippo Raciti. Se volvieron de espaldas y silbaron. ¿Qué problema hay? Son chavales, gente joven con ganas de expresarse. El Olímpico, por otra parte, cumple las normas de seguridad. Como dice don Roberto S., papá del chavalín de 100 kilos al que se acusa del asesinato del inspector Raciti junto al estadio del Catania, "es la policía la que busca los problemas". Y, sí, los muchachos del Atalanta consiguieron lanzar ayer, en pleno partido a puerta cerrada, una bomba de humo sobre la curva. ¿Qué mal hacen a nadie si el estadio está vacío? Lo dicho: aquí no pasa nada.

Lo cual nos conduce a una conclusión optimista, que compensa el temor a que un scudetto del Inter traiga consigo desgracias tremebundas. En estos tiempos de calentamiento climático y amenazas nucleares, reconforta pensar que, aunque el mar se trague la humanidad, llegue el fin del mundo, estalle el planeta y nos convirtamos en polvo cósmico, el calcio seguirá adelante. No pasa nada.

Enric González es autor de Historias del Calcio

sábado, febrero 10, 2007

EL FÚTBOL por Eduardo Galeano


La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí.

En este mundo del fin de siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable. A nadie da de ganar esa locura que hace que el hombre sea niño por un rato, jugando como juega el niño con el globo y como juega el gato con el ovillo de lana: bailarín que danza con una pelota leve como el globo que se va al aire y el ovillo que rueda, jugando sin saber que juega, sin motivo y sin reloj y sin juez.

El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue. La tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohibe la osadía.

Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad.

Eduardo Galeano es escritor uruguayo

martes, febrero 06, 2007

GARRINCHA, EL SUBVERSIVO por Jorge Valdano


Hace tiempo que entendí que en el fútbol actual un jugador como Garrincha no tendría permiso para expresar toda su irresponsabilidad creativa porque sus gustos infantiles darían miedo (curioso). En el Mundial del 58, Feola, el entrenador de Brasil, confiaba más en los blancos que en los negros. Viendo un partido por televisión el entrenador quedó asombrado por la habilidad del sueco Hamrim y comentó: "Va a ser muy difícil pararlo, parece suramericano". Nilton Santos, ofendido, le dijo que "Pelé y Garrincha hacen esa porquería mejor que ese gringo y usted les llama individualistas e indisciplinados". Feola accedió a darle la titularidad a los dos jóvenes morenos. Cuando sus compañeros le fueron a dar la noticia, Garrincha estaba en su habitación bailando con un perchero al ritmo de samba. Ya campeones, sus compañeros lo abrazaban llorando, pero Garrincha no encontraba la razón: "¿Qué clase de campeonato es éste que no tiene segunda vuelta?", preguntaba. En realidad se estaba divirtiendo y lo tenía tan claro como un niño: divertirse es mejor que ganar. ¿No seremos nosotros los equivocados?