lunes, diciembre 05, 2011

SÓCRATES por David Trueba




Siendo niño me gané en una ocasión el respeto de mi familia. Al parecer, en sueños, había estado hablando de Sócrates. Los que dormían conmigo en esa habitación de familia numerosa lo contaron a la hora de comer. La admiración porque el hijo pequeño mencionara en sueños al filósofo griego confirmó las tremendas expectativas que había generado años antes al anunciar, ante unas visitas, que mi partido político favorito era Euzkadiko Ezquerra, rendido a la bella sonoridad.

De quien hablaba en sueños no era del filósofo, sino del futbolista brasileño, el capitán de la selección, el Doctor Sócrates, que se había convertido en mi jugador favorito al encontrar fascinante su aspecto y su habilidad para tirar penaltis de tacón.

Para no decepcionar a la familia, tan poco aficionada al fútbol, me empleé a fondo en justificar una admiración tan desmedida. Fue bien fácil. Sócrates es de esos pocos futbolistas que permitió que el juego volara a través del negocio y los resultados, convocando una idea universal de arte, carácter y compromiso.

La democracia corinthiana fue una cima de la autogestión deportiva, donde las decisiones de un equipo ganador y exitoso se tomaban en asamblea. En plena dictadura brasileña cada una de sus decisiones iba apoyada en frases de libertad y de exigencia democrática, que acabaron por contagiar a todo el país. Por si fuera poco saldaron las deudas del club y cuando se desmontó la unidad del grupo por razones diversas, las cuentas arrojaban beneficios, cosa inédita en la gestión futbolística.

La tragedia del viejo estadio de Sarriá, cuando Brasil fue eliminada por Italia en el memorable partido del Mundial 82, acrecentó el mito del capitán y aquella selección divertida, espectacular y generosa.

Dicen que el entrenador Telê Santana afirmaba que lo importante no era jugar para ganar, sino para ser recordados. Y en aquel caso, pese a que el futuro destrozaría muchas ilusiones, y la contabilidad y el resultadismo degradarían nuestro mundo, tuvo toda la razón.

Vence el recuerdo y nos mantenemos firmes en la fidelidad a aquella propuesta, claro que sí. Y por eso la segunda muerte de Sócrates la sentimos como particular y cercana, por todas aquellas cosas que nos invitó a imaginar, a tratar de poner en pie durante una vida.

domingo, diciembre 04, 2011

SÓCRATES, EL DEMÓCRATA DEL FÚTBOL por Jordi Quixano


Despedida de un mito, el adiós con el brazo alzado y el puño cerrado. De todas las reseñas vistas me quedo con esta que ha realizado Jordi Quixano para El País. Aquí uno que tuvo la suerte de verlo en vivo en el Benito Villamarín, allá por el verano del 82. Grande El Doctor.



El estadio de Pacaembú a reventar, 37.000 gargantas alborotadas, voces perdidas entre el ruido, aficionados expectantes antes de la final del torneo paulista de 1983, entre el Corinthians y el São Paulo. De repente, un futbolista, estilizado, pelo rizoso, barbado, salta al campo solo, con el brazo alzado y una camiseta con mensaje. "Ganar o perder, pero siempre con democracia", se leía. Más gritos, más fuertes. Era Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieria de Oliveira (Belém, Brasil; 1954), el jugador de O Timao, todo un ídolo por su elegancia en el juego, por su filosofía de vida fuera de él, por un manual político valiente, rebelde. Era El Doctor. Querido por muchos porque siempre siguió a rajatabla su ideal, "el de ayudar a los demás", ha fallecido en el centro hospitalario de su país en el que permanecía ingresado a causa de un choque séptico de origen intestinal, provocado por una bacteria. Ha sido la consecuencia, en cualquier caso, de los excesos de muchos años con la bebida, algo que también defendió, aunque en los últimos años se recetara, con su ironía habitual, cerveza sin alcohol.

Para Sócrates el balón fue un adorno de los libros en su infancia, azuzado por su padre -admirador de los filósofos griegos- para que ejerciera una "profesión digna". Siempre le atrajo la medicina, pero su talento no estaba en las manos, sino en los pies, minúsculos (calzaba un 37; algo extraño en alguien de 1,93 metros) y un tanto deformados porque tenía un hueso desencajado en el talón, lo que le permitía tirar, por ejemplo, penaltis de tacón con una fuerza extraordinaria. Así que cuando se dio cuenta, con 23 años, era jugador del Corinthians y médico. "Sócrates Souza, pediatra", ponía en el cartel de bienvenida de su casa. Con los shorts azules y la camiseta ajustada, como en la época, Sócrates deslumbró al mundo en España 1982 con la afamada selección de Brasil -también fue el capitán en México en 1986-, que desplegó uno de los juegos más bellos y menos premiados. "Mala suerte y peor para el fútbol", convino el jugador a pie de campo, nada más ser eliminado por Italia (3-2) en la segunda fase, lo que se conoce como La tragedia de Sarrià. "No hay que jugar para ganar, sino para que no te olviden", insistió hace poco. Su selección lo consiguió, con ese fútbol alegre, un tanto despreocupado, de mucho toque, con Junior, Serginho, Zico, Eder, Falcao, Cerezo... En medio de cada ataque estaba Sócrates, siempre con la cabeza alta y los brazos caídos, enganche que danzaba hacia la derecha, que bien valía para distribuir el cuero que para lanzar paredes, que para soltar algún centro y llegar desde la segunda línea al remate.

No le fue bien al 8 salir de su país, al contrario que a su hermano pequeño Raí, que deslumbró en Francia (PSG) después de aupar al São Paulo de Telé Santana en la final de la Intercontinental contra el dream team de Cruyff en el 92. El Doctor no fue feliz siquiera cuando el Fiorentina desembolsó tres millones por él y puso a su disposición 18 billetes a Brasil por curso, dos coches y una mansión. A Sócrates le pudo la saudade y regresó a casa, al Flamengo, y luego al Santos. "El fútbol se agota pronto, por lo que le dedico mi tiempo. Ya vendrá mi otra pasión, lo que me gusta por encima de todas las cosas". Se refería a la medicina. Tampoco le fue demasiado bien, quizá porque sus ideas curativas eran demasiado transgresoras. Inquieto, sin embargo, probó como pintor, pero sin clientela ni críticas positivas se centró también en la música, donde compuso dos discos que se mantienen inéditos. "No se me daba muy bien", reconocía no hace tanto. Lo suyo era el fútbol. Por eso, en una última aventura, a los 50, bien cascado, fue durante un mes al Gartforth Town, club norteño de Inglaterra. Tiempos pasados; tiempos peores. Quizá porque, paradójicamente, ya no tenía el micro que le dio el fútbol, porque rechazó meterse en la política, por más que el expresidente Lula y otros se lo pidieran.

"Los futbolistas somos artistas y, por tanto, somos los únicos que tenemos más poder que sus jefes", argumentaba el centrocampista. De eso se dio cuenta en 1982, cuando junto a Wladimir y Casagrande, entre otros, además de Adilson Monteiro, el entonces director deportivo del Corinthians, ya cansados de la opresión de la dictadura militar de Figueiredo, decidieron crear un curioso sistema de democracia en el O Timao.

"Para mí", reflexionaba Sócrates; "lo ideal sería un socialismo perfecto, donde todos los hombres tengan los mismos derechos y los mismo deberes. Una concepción del mundo sin poder". Por eso defendió a ultranza lo que se conoció como la democracia corinthiana, forma de gobierno bajo el lema de "Libertad con responsabilidad", donde el club actuaba como una comunidad de personas en la que todos sus miembros, desde los suplentes o utileros hasta los más altos directivos, tomaban en conjunto todas las decisiones que los afectaban, y en la que todos los votos contaban por igual. La mayoría, el consenso, mandaba. Así, se establecieron los horarios de los entrenamientos, las comidas, las alineaciones, fichajes, despidos... todo. Incluso se aprobó la libertad de acción del futbolista a deshoras fuera de la cancha, nada mejor para Sócrates, que siempre defendió su derecho a fumar un cigarrillo tras otro, a beber. "El vaso de cerveza es mi mejor psicólogo", decía con esa voz susurrante, entremezclada con gallos. Entre otras cosas porque nunca le hizo falta correr demasiado; le alcanzaba con su cerebro, con sus pies.

Por más que lo defendiera, sin embargo, este admirador de Marx nunca fue uno más en el vestuario del Corinthians, club que se convirtió en la imagen de la revolución brasileña en contra de la dictadura, que ya estaba al final de su mandato. No era raro ver imágenes del equipo, ante sus 80.000 fieles seguidores, con pancartas antes de los partidos como "Democracia", "Quiero votar a mi presidente" y "Derechos ya". Ese el otro éxito del Corinthians, que se laureó con los campeonatos del 82 y, ya en Pacaembú, en 1983, el día de la final paulista ante 37.000 gargantas alborotadas, voces perdidas entre el ruido... Sócrates marcó el único gol, el del triunfo.

miércoles, noviembre 30, 2011

LA LEYENDA DEL 'TRINCHE' por Informe Robinson

Hoy no se roba un artículo escrito pero sí una de esas historias que tanto entusiasman en este blog. Informe Robinson (no escatimen elogios ante esa rareza necesaria dentro de la televisión actual) traza líneas maestras, a través de distintos testimonios, para entender algo del misterio que rodea a uno de esos genios que, por su propia genialidad o su pura inconsciencia, deciden no llegar a ningún sitio. O mejor dicho, llegar simplemente donde les apetece llegar, cómo y cuándo quieren, porque, equivocadamente o no, quién es nadie para juzgar lo que cada uno decide hacer con su destino.

Como si de un cuento del Negro Fontanarrosa se tratara, la del Trinche Carlovich es la historia de un perdedor, con toda su mística, su leyenda y su misterio a cuestas. Un hombre que sabe que podría ganar y decide perder siempre, sólo por nihilismo, por incordiar o, simplemente, por salir a pescar. Quién lo sabe.

No queda otra que apretarnos un poco y dejar al Trinche el sitio que se merece en esta galería de historias y mitos del fútbol y alrededores. Y de la vida, al fin y al cabo.

martes, septiembre 06, 2011

'MISTER' CLOUGH Y LA HAZAÑA DEL FOREST por Enric González

Anoche La 2 de TVE tuvo a bien el detalle de programar la recomendabilísima película "The Damned United", que versa sobre la figura del mítico entrenador británico Brian Clough. Una excusa sin más para recuperar un artículo de hace un par de años, cuando todavía se podía disfrutar de las "Cenizas de fútbol" cada lunes en El País.

La última gran batalla del viejo laborismo británico, socialista y cristiano, concluyó en marzo de 1985 con una derrota definitiva. Tras un año de huelga contra el Gobierno de Margaret Thatcher, los mineros se rindieron y en poco tiempo, una a una, las minas fueron cerrándose. Pero, antes de la huelga y del triunfo de Thatcher, aquella izquierda había disfrutado de una gloria irrepetible. Nunca en el fútbol europeo se había visto algo así. ¿Fútbol y política? Sí, por supuesto. A veces ocurre. El mundo de los símbolos es así de complejo.

Tomemos una ciudad: Nottingham, en el corazón industrial de Inglaterra. A mediados de los 70, Nottingham estaba perdiendo con rapidez sus fábricas textiles. La población decrecía. La crisis económica y la crisis del laborismo se unían en una sensación generalizada de declive.

Tomemos un equipo: el Nottingham Forest, tan histórico como deprimido. El Forest fue fundado en 1865 y adoptó el color rojo del revolucionario italiano Garibaldi; en 1976 poseía un pasado notabilísimo (patrocinó el nacimiento del Arsenal londinense, fue el primer equipo en experimentar las redes en las porterías y el arbitraje con silbato en vez de banderas) y un presente mediocre en la Segunda División.

Tomemos un joven entrenador: Brian Clough, que destacaba por su efectividad (le había dado una Liga al modesto Derby County en 1972), por su tremendo carácter y por su filiación laborista. Cuando había una huelga minera en las Midlands, Clough estaba ahí, animando a los piquetes y donando parte de su sueldo. Mister Clough, como exigía ser llamado, no puede ser comparado con los Mourinho o los Ferguson de hoy porque éstos no resisten la comparación. Una de sus frases célebres: "Ya sé que Roma no se construyó en un día, pero es que yo no me encargué de ese trabajo".

Ya tenemos la ciudad, el equipo y el técnico: una mezcla explosiva. En 1977, Mister Clough logró que el Forest ascendiera a la máxima categoría. Entonces empezó la fiesta: en la temporada siguiente, 1977-78, el Forest fue campeón de Liga. En 1979, el año en que Thatcher llegó al Gobierno, fue campeón de Europa. Y en 1980 lo fue otra vez. Ningún otro equipo europeo posee más Copas de Europa que títulos ligueros. El Forest logró la hazaña jugando limpio y raso: fue el primer equipo británico que amó el balón. Otra frase de Clough: "Si Dios hubiera querido que el fútbol se jugara en las nubes, no habría puesto hierba en el suelo".

Luego llegó la decadencia. Las estrellas como Peter Shilton y Trevor Francis se eclipsaron. Mister Clough se hundió en el alcoholismo. El 15 de abril de 1989, cuando Forest y Liverpool iniciaban una semifinal de Copa en el estadio de Hillsborough (Sheffield), una avalancha de espectadores causó 96 víctimas mortales. La tragedia de Hillsborough simbolizó el fin de una época. En 1993 llegaron el descenso y la despedida de Mister Clough.

El mejor entrenador británico (este título podría discutírselo su amigo Bill Shankly, pero nunca Alex Ferguson) murió en 2004, tras un trasplante de hígado que le dio unos pocos meses de tiempo suplementario. El Nottingham Forest malvive en la Segunda División inglesa. Lo que hicieron Mister Clough y el Forest nunca será superado.

sábado, agosto 20, 2011

OBDULIO VARELA. EL AUTOR INTELECTUAL

Este texto ha sido "robado" de la web http://www.11wsports.com/ aunque no aparece firmado por ningún autor, por ello no me queda claro si es un editorial de la propia página. Si es así, mis felicitaciones a la misma. Que quede constancia.


“Un ladrón había roto el vidrio de su vehículo y se había llevado el bolso del zaguero de la selección celeste. En su interior tenía el celular, dinero, sus pasaportes y un libro sobre la vida de Obdulio Varela, héroe del Maracanazo de 1950…”. La información periodística, conocida días después de este hecho, daba cuenta que todo había terminado bien y que ese “botín” perteneciente a Diego Lugano ya estaba en poder del jugador. Faltaba algo más de un mes para que el defensor uruguayo, junto a Diego Forlán, a las puertas de cuya casa en Carrasco se había producido el robo, y el resto de sus compañeros lograran por 15ª vez la Copa América.

La devolución incluía el libro de Obdulio Varela, un regalo con el que Oscar Washington Tabárez obsequió a cada jugador del plantel campeón con la obligación de leerlo, antes que todos se llenaran la boca hablando del campeón. Antes del debut con Perú y antes, quizás sin saberlo, de que se cumplan, como este 2 de agosto, 15 años de la muerte de Obdulio. Así, a secas, o El Negro Jefe, no tan a secas.

Cuando una actuación inteligente, con jugadores muy bien aprovechados en sus mejores posibilidades, con dos delanteros fantásticos y una protección defensiva al momento de perder la pelota que hace a la marca en el orillo de Uruguay, permite superar obstáculos que se presumen superiores, el fútbol charrúa está en su salsa. Y nadie conoce mejor que ellos sus propias limitaciones –nada grave, por cierto- y nadie sabe mejor que ellos que un cúmulo de condiciones confluyeron en el momento en que desplegaron su mayor virtud, la prueba de carácter. Que es un claro, intransferible trazo de identidad futbolera. Que tiene un símbolo, de ahí ese libro que el Maestro Tabárez depositó en las manos de cada jugador, en la búsqueda de una continuidad de aspectos esenciales que hacen al fútbol de ese país.

Nacido un 20 de setiembre de 1917 en Montevideo, Obdulio largó la escuela casi sin tocarla, para arrancar una carrera futbolística inolvidable. Campeón con Peñarol en seis ocasiones, con 51 partidos en la Selección, capitán de ese equipo que construyó tal vez el hecho futbolístico más espectacular del siglo XX, el Maracanazo. Una leyenda que contiene la menor cuota de datos ficticios en un relato lleno de hechos reales, que en pleno festejo de la clasificación de Uruguay ante Argentina apareció en boca de los jugadores, al darse el mismo día del 61 aniversario de aquel 2 a 1 imborrable contra Brasil.

En Brasil 1950, Obdulio empató su único partido en mundiales (los 6 restantes los ganó todos), ante España. Perdida frente al peso histórico de su actitud en la final con los locales, su reacción en el vestuario después de aquel 2 a 2 poco se conoció: “¿Te das cuenta, Juan (López)? ¿Qué van a decir de nosotros los campeones olímpicos y mundiales, qué va a decir el Gallego Lorenzo? ¡Que mejor no hubiéramos venido! ¡Que vinimos a pasar vergüenza!”, dijo llorando, desde la bronca, pensando en la defraudación hacia un pasado glorioso.

Era el mismo Obdulio que recogen las crónicas interminables, volcadas en libros de historia, de literatura, ensayos, películas, ganando esa final de 1950 desde el vestuario, donde a su frase memorable de “los de afuera son de palo” le agregó el cantito “vayan pelando la chaucha, aunque les cueste trabajo; donde juega la celeste, donde juega la celeste, todo el mundo boca abajo”. Y todos a cantar, mientras 200 mil personas hacían sonar bombas, cohetes, esperando a los equipos.

El mismo Obdulio que empezó ganado el sorteo de los arcos eligiendo la cara de la moneda; el que se puso la pelota abajo del brazo después del gol de Brasil para calmar a un rival superior y a una multitud ardiente; el que le dijo a Ghiggia que por su lugar, la derecha, Uruguay iba a tener las oportunidades que necesitaba, mientras “acomodaba” su débil marcador Bigode; el que se bancó estar convencido de que podían ganar, siendo uno de los escasos habitantes de este mundo en pensar de esa manera.

El mismo Obdulio del particular festejo, sólo en bares brasileños, la noche del partido. Contó Obdulio: “Nosotros habíamos arruinado todo y no habíamos ganado nada. Teníamos el título pero ¿qué era eso ante tanta tristeza. Pensé en Uruguay. Allí la gente estaría felíz. Pero yo estaba ahí, en Río de Janeiro, en medio de tantas personas infelices. Me acordé de mi saña cuando nos hicieron el gol…el dueño del baro se acercó a nosotros con el grandote y le dijo ´¿Sabe quién es este?¿Obidulio!´ (así le llamaban en Brasil). Yo pensé que el tipo me iba a matar. Pero me miró, me dio un abrazo y siguió llorando. Al rato me dijo: ´Obidulio ¿se vendría a tomar unas copas con nosotros”

El Negro Jefe representaba todo eso. Y algunos, como Tabárez –que lejos está de renegar de los tiempos en los que vive, al menos desde lo futbolístico- creen imprescindible rescatar la cuestión central de aquellos valores para enfrentar nuevos desafíos, teniendo la medida de la historia y de la realidad que le toca transitar.

Por eso suena extraño, que algunos que vieron en Uruguay un modelo a seguir renieguen de la propia historia, haciendo una lectura cerrada de un logro, remitiéndolo apenas a la conquista. Pasando por alto el valor incalculable del libro que le intentaron robar a Lugano, el capitán de este equipo Celeste campeón, como lo era Obdulio en el 50. Lejos estaba aquél Negro Jefe de creer que lo único que importa es ganar.

domingo, julio 24, 2011

LA OFICINA DE CRUYFF por Juan Villoro

Me gusta cuando Juan Villoro se asoma a los alrededores del fútbol.


Acostumbrado a la originalidad, Johan Cruyff aceptó el número 14 cuando nadie más lo usaba y le pareció magnífico fumar un cigarrillo en el descanso del partido.

Sus logros son tan incuestionables como su capacidad de reinventar el lenguaje. George Steiner ha dicho que un lugar común es una verdad cansada. En consecuencia, un disparate puede ser una verdad precipitada. Cruyff es el gran precipitado del fútbol: tiene razón antes de que sepamos lo que quiso decir.

No es posible ejercer esta conducta sin temple de profeta. El Flaco no admite la duda ni el error: "Estoy en contra de todo hasta que tomo una decisión; entonces estoy a favor. Me parece lógico".

Algunos famosos hablan de sí mismos como próceres, en tercera persona. Cruyff es distinto; habla de tú para referirse a sí mismo: Dios vive en el corazón de los creyentes. Para el iluminado holandés, las otras religiones no tienen cabida en el campo, y da una prueba empírica: todos los jugadores se persignan al salir al campo; si Dios les hiciera caso, solo habría empates.

Cruyff criticaba más a sus mejores futbolistas porque debían asumir una responsabilidad mayor. Juzgó que Bergkamp no se tomaba en serio por ser guapo y lo hizo entrenar entre dos defensas que le recordaron las desventajas de tener cara. Cuando Koeman fue operado, exigió estar junto al cirujano, por si hacía falta un milagro.

Su pasión parlanchina viene de 1966. Georg Kessler, entrenador de Holanda, lo convenció de que Alemania e Inglaterra habían llegado a la final en Wembley porque eran los que más hablaban en la cancha. Desde entonces es un comunicador desbocado. Nadie ha podido callarlo y no acabaremos de interpretarlo. La sociedad lingüística Onze Taal (Nuestro Idioma) le dedicó un número de su revista y Edwin Winkles revisó su trayectoria en un singular tratado de filología futbolística: Escuchando a Cruyff.

Al llegar a España, El Flaco pensó que perdería fluidez si reparaba en el género de los sustantivos. Decidió que "todos los palabras" fueran masculinos (salvo "mujer" y "chica"). Así evitó el horror de titubear.

Amante de la paradoja, ha lanzado axiomas incontrovertibles: "Si no marcas a un jugador, no puede desmarcarse". Gerd Müller anotaba de un solo toque, pero no sabía burlar contrarios: obligado a controlar el balón era un palmípedo.

La idea de dejar solo a un delantero es discutible. Más sensata es la propuesta de que el árbitro lleve el silbato en la mano y no en la boca para que piense antes de marcar. Esta sabia consideración proviene de alguien con el silbato en la boca.

Otra obsesión cruyffiana es el empleo del tiempo. El partido depende de segundos decisivos, pero no hay modo de localizarlos: "Cada segundo puede ser un momento".

El error es la comicidad de Dios. Una de las expresiones más conocidas de Cruyff es "gallina de piel", superior a la común "piel de gallina".

El fútbol existe para ser discutido y le debe enormidades al hijo de un vendedor de naranjas que dignificó la camiseta de Orange.

Cuando Sergi Pàmies lo fue a ver al campo, Cruyff lo recibió sentado en el balón: "Estoy en mi oficina", dijo.

De ahí han salido inolvidables aforismos. Uno de ellos resume los misterios del fútbol: "La casualidad es lógica".

Juan Villoro es escritor mexicano

martes, julio 19, 2011

UNA COPA PARA FONTANARROSA por Ariel Scher


Hoy hace cuatro años que murió Roberto "el negro" Fontanarrosa, posiblemente el mejor escritor de fútbol de todos los tiempos. Para qué decir más.




Analistas del fútbol: cesen. Nada más absurdo que tratar de explicar esta Copa absurda. No hay muchas vueltas. Si los pronósticos sufren una derrota atrás de la otra no es porque a los equipos con mejores individuos para jugar les falte ser mejores en lo colectivo para jugar, como más de un comentarista proclamó escondido en un televisor. Aquí acontece otra cosa. La Copa América será absurda pero también es generosa: decidió dejar de ser Copa para transformarse en un guión hecho de ironías y de absurdos como homenaje al Negro Fontanarrosa. Al Negro Fontanarrosa, que no está para escribirla, pero igual está.

Por las dudas o porque el mundo a veces amaga con volverse una colección de olvidos, el diccionario de las gentes valiosas resumirá más o menos ésto: Roberto Fontanarrosa, patrimonio de la humanidad y de Rosario, descubridor imparable de gracias profundas entre las desgracias cotidianas, fabricante de carcajadas en un mundo que suele detener la producción en ese rubro, apasionado del fútbol como nadie a partir de la certeza de que en el fútbol cabe todo, artista del arte de transformar en risa a la melancolía, experto en conseguir que los sinsentidos de la existencia le den sentido a la existencia, dibujante, narrador, imaginador de personajes tan o más queribles que las personas, docente en ternuras, genio con hábitos de señor cualquiera, grandísimo tipo.

Fontanarrosa murió hace cuatro años, el 19 de julio de 2007, en Rosario, que era donde hacía todo. Antes, entre tantas cosas, había sido cronista de la Copa América con el propósito de que su Hermana Rosa y su Yaya Serenelli filosofaran juntos sobre qué ocurriría con cada pelotazo y combinaran lo más sabio de la ciencia y lo más honesto de la chantada argentina para vaticinar cómo saldrían los partidos. Por supuesto, esa sociedad de aventureros hubiera sido la única capaz de aventurar que a las semifinales de la Copa arribarían Venezuela, Perú, Paraguay y Uruguay y que se marcharían Argentina, Brasil, Chile y Colombia. Y desde su corazón insuperable de hincha de Central, el Negro induciría a que la Hermana Rosa y el Yaya atribuyeran a un conjuro rojinegro (en términos del hinchismo de Fontanarrosa) las eliminaciones sorpresivas de Chile y de Brasil porque a ambos los dejaron fuera las punterías de Gabriel Cichero (el del segundo gol de Venezuela) y de Marcelo Estigarribia (el del primer penal que acertó Paraguay), dos que integraron hace muy poco el más flojo Newell's en mucho tiempo... Prueba a la vista: la Copa de reales absurdos se parece a las tramas literarias que enhebraba el Negro.

Sin portar a Rosario en la cédula de identidad pero hermanados con Fontanarrosa por la voluntad de crear, dos buenos futboleros porteños dedicaron su anochecer posterior a los cuartos de final a inferir qué apuntes hubiera soltado el Negro ante una Copa que patea a los vaticinios y los tira más lejos que los peores penales. Justamente, uno de esos futboleros se animó a intuir que Fontanarrosa se fascinaría con los cuatro penales fallados por Brasil y que encontraría oro en polvo en la excusa también brasileña de que la superficie del área parecía mansa y fiable, pero, en realidad, conspiraba y embrujaba los botines de los jugadores. Y aseguró que, así como una vez Fontanarrosa se sentó al lado del titular de la Real Academia Española y reivindicó la magnitud de la palabra "mierda", ahora se ubicaría cerca del mismo interlocutor para convencerlo de que, para América Latina, el punto del penal es tan o más importante que el punto y seguido. El otro futbolero le contestó que era cierto. Igual de cierto que a esa buena ocurrencia, el Negro la hubiera contado diez veces mejor.

Futboleros, escritores, lectores, hinchas, argentinos, los que sean, saben que durante la Copa de los absurdos el Negro Fontanarrosa detectaría cómo exaltar los esmeros de la selección demasiado joven de México, y que hallaría un chiste oculto entre los bigotes inquietos de La Volpe, y que inventaría nuevos héroes para que vivieran en sus textos, o sea en un territorio infinito que queda entre el grotesco y la dulzura. También saben que no se hubiera ensañado con ningún vencido porque eso, simplemente, jamás lo hizo y porque eso jamás se hace.

Así que basta de desesperaciones para argumentar lo que pasó en un torneo de razones perdidas. Y basta de intentos sesudos de comprensión. Y basta de perseguir causas y efectos. Lo mínimo que se merecía Fontanarrosa era que una Copa América resignara su lógica de Copa -al cabo, nada tan importante- y funcionara como un desconcierto consecutivo con el que sólo hubiera fantaseado un crack como el Negro. En definitiva, no es tan raro. Con frecuencia, la vida y el fútbol avanzan como un absurdo al que hay que buscarle sanos pretextos. Por fortuna, existen unos cuantos. Entre los más bonitos, los más emocionantes y los más humanos, está y seguirá estando leer a Fontanarrosa.


Texto robado de http://www.11wsports.com

Aquí dejo la despedida de Víctor Hugo Morales el día de su muerte


lunes, junio 20, 2011

'YO SOY PANENKA'

Hoy, 20 J, nace Proyecto Panenka, una iniciativa de un grupo de periodistas, escritores, ilustradores, fotógrafos e infografistas, que quieren hablar de fútbol desde una perspectiva diferente a lo predominante, una perspectiva que se comparte incondicionalmente desde este blog, porque el fútbol "merece otro lenguaje y otra estética". Desde aquí toda la suerte y el mejor deseo de éxito. http://www.panenka.org/


El espíritu 'Panenka' from PANENKA on Vimeo.




MANIFIESTO PANENKA


01.

A “Panenka” le gustan las historias de fútbol sin espacio en los medios mainstream: historias de seres humanos que ganan y pierden. Sobre todo, que pierden.

02.

“Panenka” quiere contar esas historias aunque sus protagonistas estén jugando en la liga turco-chipriota y no se depilen las cejas. De hecho, mejor si eran barbudos, jugaban en la Liga Soviética de 1977 y escuchaban vinilos de los Rolling clandestinamente.

03.

En “Panenka” nos apasiona la capacidad del fútbol para transportarnos a otros países y otras épocas. Sociedad, cultura y política botan al compás del balón.

04.

“Panenka” no colabora con la dictadura de la actualidad, la agenda manida y los temas obvios, repetidos y políticamente correctos.

05.

Sentimos una íntima y encendida pasión por el fútbol, pero dejaremos tranquilo al hincha que todos llevamos dentro a la hora de escribir. El periodismo de club, partido o empresa ya tiene su hueco en los kioscos. Pero no en ‘Panenka’.

06.

“Panenka” no se esfuerza en disimular los bostezos en las ruedas de prensa banales o ante cuestionarios respondidos con el piloto automático.

07.

“Panenka” no forma parte de ningún grupo mediático. No nació en un rascacielos después de que un grupo de ejecutivos detectara un “nicho de mercado”; es el fruto de las conversaciones de bar de algunos periodistas. Varios cientos de botellines de cerveza lo atestiguan.

08.

De hecho, en “Panenka” ni siquiera sabemos qué es un “nicho de mercado” pero suena fatal.

09.

Libertad absoluta: de firmas, de temas, de géneros periodísticos y de extensión. “Panenka” no entiende de limitaciones ni (auto) censuras.

10.

“Panenka” supone una modesta locura compartida por varias docenas de periodistas, escri- tores, ilustradores, fotógrafos e infografistas. También por algunos futbolistas y entrenadores. La locura de creer que el fútbol merece otro lenguaje y otra estética.

11.

“Panenka” es el póster que vigiló nuestra infancia desde la pared. El futbolista que queríamos ser en el patio. El gol que metíamos en sueños. “Panenka” es una utopía que nos devuelve al espejismo del fútbol puro.



sábado, junio 11, 2011

CERRADO POR DERRIBO por Miguel Mora

Miguel Mora, gran corresponsal, da igual que hable de Villa Certosa, de los Medicis, de Camarón de la Isla o del Atlético de Madrid.



Muchos datos indican que asistimos al final de una historia maravillosa y pendular, hecha de épica y seda, de derrotas imposibles y victorias heroicas, cuajada de títulos y poesía: Silva, Ben Barek y Escudero; Mendoza, Peiró y Collar; Adelardo, Luis y Gárate; Pereira, Leivinha y Rubén Cano; Schuster, Manolo y Futre; Molina, Pantic, Simeone y Kiko.

Un año después de levantar dos copas europeas, la afición del Atlético está al borde de la desesperación. Unos rompen sus camisetas, otros rasgan sus abonos, todos lloran paseo de los Melancólicos abajo. Muchos sospechan que está en curso la tragedia largamente anunciada. La liquidación del club. La desaparición. La estocada final ya está preparada y no podría ser más simbólica ni cruel: Agüero jugando en el Madrid.

El clima entre los colchoneros oscila entre la desolación y la paranoia. Los hay que achacan la marcha del Kun a un pacto oculto entre Florentino Pérez y Miguel Ángel Gil y otros prefieren llamar "rata" y "mercenario" a uno de los mejores delanteros de la historia del club sin darse cuenta de que lo único sensato que puede hacer es irse. Como ha dicho y le pasó a Fernando Torres, no le queda otro remedio para seguir creciendo. Este Atleti es una ruina y no puede competir (de hecho, no lo hace desde 1996) con el Madrid y el Barcelona.

Más de 23 años de gilismo han convertido al que fue tercer (y segundo y primero) equipo de España, a aquel indómito campeón intercontinental, a aquella romántica y brava pandilla que incendiaba el Camp Nou y levantaba títulos en el Bernabéu, en uno de medio pelo. Antes temidos, hoy afrontamos a los dos grandes con una reverencia que raya en la colitis. Son ya 11 años sin ganar un clásico y el panorama que viene es un drama. De Gea se irá al United; Forlán, a Abu Dabi o Japón; si puede, Reyes también se irá; Kiko y Toni se han negado a volver adonde ganaron el doblete y Luis Enrique ha preferido la locura romana al manicomio del Manzanares.

Gil hijo y Enrique Cerezo han respondido a esas humillaciones fichando por segunda vez a Gregorio Manzano. Quizá, para ilusionar a las masas con el enésimo proyecto Intertoto. El nuevo director técnico ha decidido traer a su vecino de urbanización en Valladolid, que, además, comparte agente con él. Toca rememorar aquella temporada con Musampa y Novo como extremos y un tal De los Santos como cerebro. Pone los pelos de punta.


Nada nuevo bajo el sol. El Atlético actual es la lógica conclusión de un proceso de descomposición e inepcia que ha mezclado mediocridad y una gestión económica dolosa, visible en centenares de fichajes tan patéticos como suculentos en comisiones (la lista entera da frío: pongamos solo alPato Sosa, que se cayó mientras tocaba la bola en su presentación). La ausencia de una filosofía y un proyecto deportivo serio ha sido tan palmaria que se ha perdido hasta la esencia. El Atleti ya ni siquiera es antimadridista. Pierde con el vecino como un manso corderito. La triste realidad es que nos respetan tanto como al Getafe.


Viendo a Del Moral en la selección, ojalá fuéramos el Getafe. Ahora mismo parece difícil caer más bajo y el club parece dirigido por su peor enemigo. Tras ganar la Supercopa europea, tocaba invertir en dos o tres fichajes de calidad que consolidaran al equipo y dar tiempo al entrenador que sacó del psiquiatra a la plantilla. Gil y Cerezo optaron por desmantelar la tienda. Vendieron a Jurado, que no será Messi, pero ayudaba; dos meses después se deshicieron de Simão. A cambio, Elías y Juanfran.

¿Podía esperarse otra cosa? Cuando llegó Jesús Gil, parte de la afición vislumbró el futuro y dijo: "No dejará ni el solar". Y, literalmente, eso es lo que hicieron el alcalde de Marbella y sus herederos. Vendieron los aparcamientos, cambiaron el alma sobria de Calderón por un espectáculo soez y vociferante (pasó a mudo con la muerte del faraón), ficharon a 50 entrenadores y bajaron al equipo a Segunda.

Todo muy razonable si pensamos que Gil y Cerezo, los casi únicos accionistas, fueron condenados por la Audiencia Nacional por apropiación indebida del Atlético cuando los clubes (no todos) se tornaron sociedades anónimas deportivas. Ahora, tras vender el estadio al Ayuntamiento para irse a La Peineta, afirman que el club "no ganará un euro" con la operación. Caso único en el mundo. Mientras tanto, la deuda roza los 200 millones de euros (más de 700 según una polémica auditoría externa). Y la chapuza sigue. Gil dice que jamás venderá al Kun al Madrid, pero toda Europa lo da por hecho. Cuando ingresen los 45 millones de euros, tratarán de camuflar el desastre fichando seis o siete medianías a precios de cracks con sus dos o tres agentes de confianza. Así, el madridismo podrá pasar otra década ganando en los derbis los seis puntos más plácidos del año.

La desaparición metafísica (pronto será física) del Atlético es, en todo caso, una noticia pésima. Todos sabemos que los derechos de televisión no tienen corazón y que el bipolarismo enardecido es lo que vende hoy. Pero alguien debería hacer algo para salvar al club y a su abnegada masa social de unos dirigentes que han convertido una joya en un fantoche. Si no se preserva la biosfera atlética, si muere el sentimiento atlético, será como dejar extinguirse una especie o una lengua. La condena al empobrecimiento cultural que destila la bicefalia Madrid-Barça sería eterna; el pluralismo, una quimera.

En cuanto al poderoso vecino, podrá llevarse al Kun, Caja Madrid mediante, pero que lo sepa: negocio pésimo para ambos, cuya única consecuencia será alimentar la ojeriza contra el tándem Pérez-Mou. Pese a todo, miles de niños seguirán llevando la rojiblanca al colegio y el castizo Aleti seguirá desatando pasiones. Incluso en Tercera. Ellos nunca sentirán ese escalofrío que empuja al gentío a cantar el himno durante media hora tras perder un título. Eso es un patrimonio de la humanidad colchonera. Mientras todo esto sucede y Cerezo elogia a Manzano, la llamada mejor afición del mundo, una vez más, sufre y otorga, indignada pero sin armas, olvidada por los medios. Resignada (¿o quizá no?) a seguir tragando con eso que los Sex Pistols definieron como "el gran timo del rock and roll".


Miguel Mora es corresponsal de El País en Roma

miércoles, mayo 04, 2011

EL DÍA QUE CAMBIÓ LA HISTORIA por Enric González

Hoy se cumplen 62 años de la tragedia de Superga. Hace dos Enric González publicó en El País este artículo. Nunca está de más volver a ella, y mucho menos en este blog.

Basílica de Superga

El 4 de mayo de 1949, hace hoy 60 años, cambió la historia del fútbol. No hablamos sólo del calcio, que se hundió en su noche más negra, sino de cualquier fútbol : ese 4 de mayo, a las 17.03, terminó un relato y comenzó otro. Si el trimotor Fiat que transportaba al mejor equipo del planeta, el Gran Torino, no se hubiera estrellado contra los cimientos de la basílica de Superga, a apenas 20 kilómetros de casa, es muy probable que no hubieran existido ni el maracanazo del Mundial de 1950 ni la posterior hegemonía brasileña. Tal vez Italia habría sido la primera selección tricampeona, con tres títulos consecutivos. Tal vez el Juventus de Turín sería hoy una institución menor, peleando en las divisiones inferiores. Tal vez desconociéramos la palabra catenaccio y el calcio simbolizara el fútbol ofensivo. Tal vez.

El Gran Torino nunca fue llamado Torino a secas. El principal club de Turín (la familia Agnelli no había adquirido aún el Juventus) proponía algo más que un fútbol maravillosamente ofensivo: encarnó, junto a los ciclistas Coppi y Bartali, el fin de la pesadilla del fascismo y la guerra. El presidente, Ferruccio Novo, ex jugador y ex entrenador, empezó a construir una formación legendaria en 1942, en plena guerra, con el fichaje de las dos estrellas del Venecia, Mazzola y Loik. Esa temporada, 1942-1943, ganó el scudetto. El campeonato, sin embargo, no se jugó la temporada siguiente. Italia se sumergió en una terrible mezcla de doble invasión (los aliados por el sur, los nazis por el norte), de guerra civil (fascistas contra partisanos) y de vacío de poder. No hubo competición hasta 1945. Para entonces, el Gran Torino ya era irresistible.

El equipo grana jugaba con una absoluta furia ofensiva. Había sido diseñado por el director técnico Ernst Ebstein, un húngaro de origen judío que, a causa de las leyes raciales, había tenido que trabajar en la clandestinidad y, pese a todo, acabó en un campo de concentración, del que pudo huir de forma casi milagrosa. Ebstein no quería defensas. De hecho, el Gran Torino jugaba con dos centrales muy técnicos, Ballarin y Maroso, y los cinco centrocampistas típicos del sistema inglés, dirigidos por Valentino Mazzola. Su leyenda se hizo sólida en la temporada 1947-1948 con 125 goles en 40 partidos. Hubo uno especialmente asombroso, contra el Roma. El equipo visitante, el Gran Torino, llegó al descanso perdiendo por 1-0. En el vestuario, los granas decidieron dar una lección a los romanos: volvieron al césped y marcaron siete tantos en 20 minutos. Ése era el Gran Torino de las cinco Ligas consecutivas.

Vittorio Pozzo, el seleccionador que ganó para Italia los Mundiales de 1934 y 1938 (con la inestimable ayuda de Mussolini y de los árbitros), había asesorado a Novo y Ebstein en su política de fichajes. Después de la guerra, montar una selección le resultó sencillo: ocho miembros del Gran Torino (Bacigalupo, Ballarin, Castigliano, Loik, Maroso, Mazzola, Menti y Rigamonti) eran titulares indiscutibles; en ocasiones, como en su victoria contra la mítica Hungría, lanazionale azzurra alineaba a diez jugadores granas. Italia se perfilaba como la gran favorita para el Mundial de 1950, en Brasil.

El 3 de mayo de 1949, el Gran Torino viajó a Lisboa para disputar un partido amistoso contra el Benfica. Mazzola, el gran capitán grana, había exigido participar en la despedida de su amigo Francisco Ferreira, capitán del equipo lisboeta y de la selección portuguesa. Tras el encuentro, concluido con victoria del Benfica por 4-3, la expedición embarcó en un avión rumbo a Barcelona. En Italia se habían quedado el presidente Novo, acatarrado, y un chavalín húngaro inmensamente triste porque el Gran Torino, tras varios partidos de prueba, había rechazado su fichaje. El chaval se llamaba Laszlo Kubala. Desde Barcelona, el Gran Torino siguió su viaje hacia Turín. El avión estaba a menos de cinco kilómetros del aeropuerto cuando, entre una espesa niebla, se estrelló contra la basílica de Superga, donde la familia real italiana enterraba a sus difuntos. Los 31 ocupantes del trimotor murieron en el acto.

Los funerales por el mejor equipo que ha visto Italia y uno de los mejores que ha visto el mundo congregaron a un millón de personas en Turín. En ese momento, a falta de cuatro jornadas, el Gran Torino llevaba cuatro puntos de ventaja al Inter. Los demás equipos decidieron alinear a los juveniles, como se vio obligado a hacer el Torino, el resto de la temporada. Ése fue el scudetto póstumo.

Sabemos lo que ocurrió después. Gianni Agnelli, el fundador de la Fiat, había comprado el Juventus en 1947 y aprovechó el inmenso vacío abierto en Superga para crear un equipo campeón. La temporada siguiente, la que había de convertirse en Vecchia Signora ganó el scudetto y empezó a forjar su propia historia. Ya era otro fútbol. El seleccionador Pozzo tuvo que viajar al Mundial de Brasil (en barco) con una alineación de circunstancias y un sistema ultradefensivo, que caracterizó al calcio en las décadas siguientes.

La historia de la tragedia tuvo un hermoso corolario en 1960. Sandrino Mazzola, el hijo de Valentino, que tenía seis años cuando murió el Gran Torino, acababa de fichar por el Inter. Era un chico de 18 años. Y le tocó enfrentarse al Real Madrid, campeón de Europa. Ganó el Madrid. Tras el partido, Puskas se acercó a Mazzola, le dio la mano y le dijo unas palabras: "Yo conocí a tu padre y jugué contra él. Creo que eres digno de ser su hijo". Mazzola, como es lógico, se echó a llorar.

miércoles, marzo 30, 2011

SEÑORÍO por Carlos Boyero

En un documental que realizó Kusturica sobre ese futbolista imperecedero y disparatado ser humano llamado Maradona, este contaba que nunca ha tenido que mirar al balón para saber donde se encontraba porque cuando era niño y jugaba en los arrabales porteños al llegar la noche seguían haciéndolo a oscuras, Había melancolía en ese recuerdo tan nítido. Leo en una entrevista que le hacen a Del Bosque, ese individuo modélico por tantas razones, que sigue parándose cuando ve a críos jugando al fútbol en la calle en su reconocimiento de que el fútbol es la propia vida.

A Del Bosque, que ha pasado gran parte parte de su existencia ligado al Real Madrid y del que fue despedido humillantemente después de haber ganado todo como entrenador, al no gozar de la bendición del puto glamour, ni hablar inglés, ni haber recibido propuestas para ser modelo de Armani, nunca le he oído hablar del señorío genético y vocacional que atesora el club de su alma. Jamás he poseído el significado exacto de ese concepto al parecer divino. Pero ha sido eterno atributo del facherío engominado y rijoso. Normalmente salgo corriendo cuando alguien se autodefine con tono exaltado o patéticamente beodo como: " Yo soy un señor". Lo más probable es que a continuación te informe de que también es un patriota. Son dos conceptos grimosamente asociados. Entiendo que Pérez le pague una fortuna a un mercenario pragmático, listo y arrogante como Mourinho por la exclusiva misión de quitarle el trono a ese Barcelona que enamora. Pero que también pretenda honrarle como paladín y símbolo del señorío madridista resulta excesivo. O a lo peor, sólo es consecuente.

Cuenta también Del Bosque que la selección pretende representar a un país, pero no evangelizarle, donar alegría a una sociedad crispada. Y esa selección siempre ofrece alguna imagen preciosa. Cuando Villa marca el viernes su histórico gol va a abrazarse con un señor calvo que siempre parece ser el más feliz en la selección cuando esta triunfa. Reina es un reserva. Puede que eterno si Casillas mantiene inalterablemente el estado de gracia. Lo humano en Reina sería la envidia o la tristeza. Pero hace suyo el triunfo de sus compañeros. A lo mejor, en eso consiste el señorío de verdad.

domingo, febrero 20, 2011

ESPAGUETIS PARA EL MILAN por Enric González

Hoy el Nápoles ha vuelto a ganar. Como segundo de la clasificación mantiene el pulso al Milan en todo lo alto de la Serie A. El sur tiene derecho a soñar con otro scudetto, como aquellos dos de la segunda mitad de los ochenta, cuando un tal Diego Armando Maradona dejó de ser un simple mortal para pasar a convertirse en santo, santo subito! después de voltear la historia y conseguir, junto a unos cuantos muchachos, hacer por primera vez campeón a un club del mezzogiorno. El primer artículo que se colgó en este blog, dedicado a las Historias del Calcio que Enric González dejaba los lunes en El País, fue este Espaguetis para el Milan. En aquel momento, hace ya siete años, el Nápoles no estaba en la Serie A, es más, ni siquiera competía por subir. Su pelea era no dar con sus huesos en la Tercera. Quedaban lejos los años mágicos en los que fue capaz de vencer al norte, casi tan lejos como los años que han pasado desde entonces. Pero el sueño ha vuelto a San Paolo. Viendo la victoria de hoy contra otro terrone, el Catania, he recordado aquel artículo de otros tiempos. En un alarde de "contraactualidad" aquí se deja aquella pequeña historia del norte y el sur.


Las tres grandes sociedades futbolísticas italianas, el Juventus, el Milan y el Inter, son del norte y se hicieron definitivamente fuertes a finales de los 50 y principios de los 60 gracias a la llegada masiva de inmigrantes sureños. Quien más se benefició de ese movimiento demográfico fue el Milan, el club proletario de la ciudad, en contraposición al Inter, nacido de una escisión y preferido desde siempre por la burguesía.

El trabajo del pobre terrone del sur convirtió la Lombardía en una de las regiones más industrializadas y ricas de Europa; su afán de integración y su entusiasmo auparon los colores rojinegros y los sostuvieron en los años negros, entre 1980 y 1983, cuando el Milan bajó a la Segunda División castigado por corrupción, subió y volvió a bajar por méritos propios. Luego, llegó Silvio Berlusconi, que, por entonces, se limitaba a ser el más rico del lugar, y pasó lo que pasó: el Milan empezó a coleccionar scudettos (Ligas) y orejudas (Copas de Europa).

A Berlusconi, cuya actividad política pasma y deprime al orbe, nunca se le podrá negar el talento como presidente futbolístico. Gasta fortunas en fichajes, cierto, y maquilla los balances como nadie, cierto también. Pero lo mismo hace Massimo Moratti en el Inter, y no se come una rosca.

El Milan, actual campeón de Europa, se escapa ya en la Liga, tras el bache otoñal. Shevchenko vuelve a ser el de siempre, el joven brasileño Kaká (22 años recién cumplidos) parece dispuesto a convertirse en el jugador de la década (suena fuerte, pero es así) y los platazos de espaguetis que Carlo Ancelotti obliga a ingerir al equipo a medianoche, tras los partidos tardíos, se han convertido en una suerte de poción mágica.

Los cebras (los de la Juve) mantienen el habitual oficio, pero su defensa es, cosa rara, muy floja; los culebras (el Inter) han comprado a Stankovic al Lazio para compensar con urgencia el fiasco de Kily González, pero están muy atrás y, además, tienen como siempre la escopeta a punto para dispararse en el pie en caso necesario; el Roma, cuyo juego deslumbró en la primera vuelta, ha entrado en crisis y empieza a ver que Emerson, la viga maestra, se irá a final de temporada. Las cosas pintan bien, una vez más, para el Milan.

Qué distinto es todo para quienes no emigraron y se quedaron en Nápoles. Hubo un momento de gloria, aquél de Maradona, y nada más. Los napolitanos siguen venerando a Maradona y añorando la efímera supremacía que les proporcionó mientras asisten al desplome de su equipo.

El Nápoles volvió a perder ayer, frente al Como, y sus tifosi violentos volvieron a protagonizar una batalla campal que dejó dos heridos. El club de la gran ciudad del sur cuelga de la cola de Segunda y siente en los talones el frío de la Tercera, la calamidad definitiva. Pobres napolitanos. Sus primos del Milan tuvieron, y tienen, mucha más suerte.

domingo, enero 23, 2011

EL CARISMA DE 'KING CANTONA' por John Carlin

"1966 fue un gran año para el fútbol inglés. Eric nació". Anuncio de Nike sobre Eric Cantona. En 1966 Inglaterra ganó su único Mundial.

Cuesta pensar en un personaje francés, histórico o contemporáneo, que los ingleses hayan admirado. ¿Charles de Gaulle? Demasiado pomposo. ¿Juana de Arco? El fanatismo religioso no cae bien en las islas. ¿Napoleón? Un energúmeno. Sí, es verdad, ahí están Victor Hugo y Monet y Louis Pasteur, que para gente de exquisita cultura, como por ejemplo los lectores de este diario y alguno que otro especialista inglés, serán figuras dignas de reverencia. Pero hablamos aquí de personajes cuyo renombre ha penetrado la cultura popular inglesa y en este terreno, repetimos, es difícil encontrar a un francés por quien los ingleses sientan otra cosa que no sea desprecio.

Lo mismo debe ser verdad al revés. Hay demasiados años de guerras y mal rollo entre los dos países como para que sean capaces de ver las virtudes de sus respectivos héroes patrios. Los ingleses no perdonan que en el año 1066 un duque normando cruzara el canal de la Mancha, ganara una batalla y se coronara rey, imponiendo el francés como lengua de la corte durante más de 300 años. Los franceses, por su parte, no perdonan que los ingleses les salvaran en la Segunda Guerra Mundial.

Pero existe una excepción a la regla, una excepción generada por el fútbol, fenómeno mundial capaz tanto de unir como de dividir al ser humano. Hablamos de Eric the King Cantona. En sus comienzos en Inglaterra, es verdad, el futbolista francés fue rey solo para los aficionados del Manchester United. Bueno, decimos solo, pero ¡con qué fervor lo adoraron! Cada vez que saltaba Cantona al césped del estadio de Old Trafford las gradas, un mar de banderas francesas, estallaban al ritmo de la Marsellesa. "Cantona, Cantona, Cantona-a, Cantona-a, Cantonaaa!", cantaban 50.000 herejes ingleses. El rey sol, cuyos goles le dieron la Liga al United en 1993 tras más de un cuarto de siglo de espera, eclipsó a Beckham, Giggs, Scholes, Keane -a todos- durante sus cinco años en el club.

Y con el paso del tiempo fue conquistando los corazones de toda Inglaterra. Hoy es un ídolo nacional. Todo lo que ha hecho o dicho desde que se retiró del fútbol ha provocado titulares en la prensa inglesa. Su aparición en la película Elizabeth, interpretando el papel del embajador francés, causó furor; su actuación en unos famosos anuncios de televisión en los que dejó en la sombra a figuras de la talla de Ronaldo y Ronaldinho, también. El año pasado uno de los directores de cine de más fama en Inglaterra, Ken Loach, hizo una película llamada Looking for Eric, con Cantona en el papel estelar. Y esta semana la noticia de que ha sido nombrado director del club de fútbol estadounidense New York Cosmos no pasó desapercibida en ningún medio inglés. Lo celebraron no como el triunfo de un extranjero, sino como el de uno de los suyos.

¿Cómo se explica? ¿Cómo fue que cuando saltó a la grada un día y le dio una patada de kung-fu a un aficionado rival, uno que había caído en la blasfemia de gritarle el tipo de cosas que la afición del Atlético de Madrid le grita a José Mourinho, el consenso nacional fue que había hecho bien, que había demostrado un impecable criterio moral? ¿Por qué ahora, 14 años después de haber colgado las botas, los New York Cosmos consideran que él es el hombre indicado para devolverle el brillo a su decaída marca? No fue, en realidad, un jugador tan bueno. Nada que ver con, por ejemplo, Zidane; y nunca fue candidato a un Balón de Oro. Entonces, ¿qué? Es que el tipo tiene carisma. Y el carisma, carisma de verdad, es una cualidad excepcional, pocas veces vista -como el genio en un músico, o en un atleta, o un pintor- ante la cual todos caemos rendidos. El secreto del carisma consiste en tener la plena conciencia, mucho más allá de la arrogancia (que siempre esconde complejos), de que realmente eres especial, de que eres grande, y que serás admirado por todos. Y que el que no te admira es un imbécil. Cantona posee el secreto en abundancia y eso lo vuelve irresistible. Todo el mundo quiere compartir su luz: hasta los ingleses, sabiendo que es francés.