domingo, enero 23, 2011

EL CARISMA DE 'KING CANTONA' por John Carlin

"1966 fue un gran año para el fútbol inglés. Eric nació". Anuncio de Nike sobre Eric Cantona. En 1966 Inglaterra ganó su único Mundial.

Cuesta pensar en un personaje francés, histórico o contemporáneo, que los ingleses hayan admirado. ¿Charles de Gaulle? Demasiado pomposo. ¿Juana de Arco? El fanatismo religioso no cae bien en las islas. ¿Napoleón? Un energúmeno. Sí, es verdad, ahí están Victor Hugo y Monet y Louis Pasteur, que para gente de exquisita cultura, como por ejemplo los lectores de este diario y alguno que otro especialista inglés, serán figuras dignas de reverencia. Pero hablamos aquí de personajes cuyo renombre ha penetrado la cultura popular inglesa y en este terreno, repetimos, es difícil encontrar a un francés por quien los ingleses sientan otra cosa que no sea desprecio.

Lo mismo debe ser verdad al revés. Hay demasiados años de guerras y mal rollo entre los dos países como para que sean capaces de ver las virtudes de sus respectivos héroes patrios. Los ingleses no perdonan que en el año 1066 un duque normando cruzara el canal de la Mancha, ganara una batalla y se coronara rey, imponiendo el francés como lengua de la corte durante más de 300 años. Los franceses, por su parte, no perdonan que los ingleses les salvaran en la Segunda Guerra Mundial.

Pero existe una excepción a la regla, una excepción generada por el fútbol, fenómeno mundial capaz tanto de unir como de dividir al ser humano. Hablamos de Eric the King Cantona. En sus comienzos en Inglaterra, es verdad, el futbolista francés fue rey solo para los aficionados del Manchester United. Bueno, decimos solo, pero ¡con qué fervor lo adoraron! Cada vez que saltaba Cantona al césped del estadio de Old Trafford las gradas, un mar de banderas francesas, estallaban al ritmo de la Marsellesa. "Cantona, Cantona, Cantona-a, Cantona-a, Cantonaaa!", cantaban 50.000 herejes ingleses. El rey sol, cuyos goles le dieron la Liga al United en 1993 tras más de un cuarto de siglo de espera, eclipsó a Beckham, Giggs, Scholes, Keane -a todos- durante sus cinco años en el club.

Y con el paso del tiempo fue conquistando los corazones de toda Inglaterra. Hoy es un ídolo nacional. Todo lo que ha hecho o dicho desde que se retiró del fútbol ha provocado titulares en la prensa inglesa. Su aparición en la película Elizabeth, interpretando el papel del embajador francés, causó furor; su actuación en unos famosos anuncios de televisión en los que dejó en la sombra a figuras de la talla de Ronaldo y Ronaldinho, también. El año pasado uno de los directores de cine de más fama en Inglaterra, Ken Loach, hizo una película llamada Looking for Eric, con Cantona en el papel estelar. Y esta semana la noticia de que ha sido nombrado director del club de fútbol estadounidense New York Cosmos no pasó desapercibida en ningún medio inglés. Lo celebraron no como el triunfo de un extranjero, sino como el de uno de los suyos.

¿Cómo se explica? ¿Cómo fue que cuando saltó a la grada un día y le dio una patada de kung-fu a un aficionado rival, uno que había caído en la blasfemia de gritarle el tipo de cosas que la afición del Atlético de Madrid le grita a José Mourinho, el consenso nacional fue que había hecho bien, que había demostrado un impecable criterio moral? ¿Por qué ahora, 14 años después de haber colgado las botas, los New York Cosmos consideran que él es el hombre indicado para devolverle el brillo a su decaída marca? No fue, en realidad, un jugador tan bueno. Nada que ver con, por ejemplo, Zidane; y nunca fue candidato a un Balón de Oro. Entonces, ¿qué? Es que el tipo tiene carisma. Y el carisma, carisma de verdad, es una cualidad excepcional, pocas veces vista -como el genio en un músico, o en un atleta, o un pintor- ante la cual todos caemos rendidos. El secreto del carisma consiste en tener la plena conciencia, mucho más allá de la arrogancia (que siempre esconde complejos), de que realmente eres especial, de que eres grande, y que serás admirado por todos. Y que el que no te admira es un imbécil. Cantona posee el secreto en abundancia y eso lo vuelve irresistible. Todo el mundo quiere compartir su luz: hasta los ingleses, sabiendo que es francés.