domingo, julio 24, 2011

LA OFICINA DE CRUYFF por Juan Villoro

Me gusta cuando Juan Villoro se asoma a los alrededores del fútbol.


Acostumbrado a la originalidad, Johan Cruyff aceptó el número 14 cuando nadie más lo usaba y le pareció magnífico fumar un cigarrillo en el descanso del partido.

Sus logros son tan incuestionables como su capacidad de reinventar el lenguaje. George Steiner ha dicho que un lugar común es una verdad cansada. En consecuencia, un disparate puede ser una verdad precipitada. Cruyff es el gran precipitado del fútbol: tiene razón antes de que sepamos lo que quiso decir.

No es posible ejercer esta conducta sin temple de profeta. El Flaco no admite la duda ni el error: "Estoy en contra de todo hasta que tomo una decisión; entonces estoy a favor. Me parece lógico".

Algunos famosos hablan de sí mismos como próceres, en tercera persona. Cruyff es distinto; habla de tú para referirse a sí mismo: Dios vive en el corazón de los creyentes. Para el iluminado holandés, las otras religiones no tienen cabida en el campo, y da una prueba empírica: todos los jugadores se persignan al salir al campo; si Dios les hiciera caso, solo habría empates.

Cruyff criticaba más a sus mejores futbolistas porque debían asumir una responsabilidad mayor. Juzgó que Bergkamp no se tomaba en serio por ser guapo y lo hizo entrenar entre dos defensas que le recordaron las desventajas de tener cara. Cuando Koeman fue operado, exigió estar junto al cirujano, por si hacía falta un milagro.

Su pasión parlanchina viene de 1966. Georg Kessler, entrenador de Holanda, lo convenció de que Alemania e Inglaterra habían llegado a la final en Wembley porque eran los que más hablaban en la cancha. Desde entonces es un comunicador desbocado. Nadie ha podido callarlo y no acabaremos de interpretarlo. La sociedad lingüística Onze Taal (Nuestro Idioma) le dedicó un número de su revista y Edwin Winkles revisó su trayectoria en un singular tratado de filología futbolística: Escuchando a Cruyff.

Al llegar a España, El Flaco pensó que perdería fluidez si reparaba en el género de los sustantivos. Decidió que "todos los palabras" fueran masculinos (salvo "mujer" y "chica"). Así evitó el horror de titubear.

Amante de la paradoja, ha lanzado axiomas incontrovertibles: "Si no marcas a un jugador, no puede desmarcarse". Gerd Müller anotaba de un solo toque, pero no sabía burlar contrarios: obligado a controlar el balón era un palmípedo.

La idea de dejar solo a un delantero es discutible. Más sensata es la propuesta de que el árbitro lleve el silbato en la mano y no en la boca para que piense antes de marcar. Esta sabia consideración proviene de alguien con el silbato en la boca.

Otra obsesión cruyffiana es el empleo del tiempo. El partido depende de segundos decisivos, pero no hay modo de localizarlos: "Cada segundo puede ser un momento".

El error es la comicidad de Dios. Una de las expresiones más conocidas de Cruyff es "gallina de piel", superior a la común "piel de gallina".

El fútbol existe para ser discutido y le debe enormidades al hijo de un vendedor de naranjas que dignificó la camiseta de Orange.

Cuando Sergi Pàmies lo fue a ver al campo, Cruyff lo recibió sentado en el balón: "Estoy en mi oficina", dijo.

De ahí han salido inolvidables aforismos. Uno de ellos resume los misterios del fútbol: "La casualidad es lógica".

Juan Villoro es escritor mexicano

martes, julio 19, 2011

UNA COPA PARA FONTANARROSA por Ariel Scher


Hoy hace cuatro años que murió Roberto "el negro" Fontanarrosa, posiblemente el mejor escritor de fútbol de todos los tiempos. Para qué decir más.




Analistas del fútbol: cesen. Nada más absurdo que tratar de explicar esta Copa absurda. No hay muchas vueltas. Si los pronósticos sufren una derrota atrás de la otra no es porque a los equipos con mejores individuos para jugar les falte ser mejores en lo colectivo para jugar, como más de un comentarista proclamó escondido en un televisor. Aquí acontece otra cosa. La Copa América será absurda pero también es generosa: decidió dejar de ser Copa para transformarse en un guión hecho de ironías y de absurdos como homenaje al Negro Fontanarrosa. Al Negro Fontanarrosa, que no está para escribirla, pero igual está.

Por las dudas o porque el mundo a veces amaga con volverse una colección de olvidos, el diccionario de las gentes valiosas resumirá más o menos ésto: Roberto Fontanarrosa, patrimonio de la humanidad y de Rosario, descubridor imparable de gracias profundas entre las desgracias cotidianas, fabricante de carcajadas en un mundo que suele detener la producción en ese rubro, apasionado del fútbol como nadie a partir de la certeza de que en el fútbol cabe todo, artista del arte de transformar en risa a la melancolía, experto en conseguir que los sinsentidos de la existencia le den sentido a la existencia, dibujante, narrador, imaginador de personajes tan o más queribles que las personas, docente en ternuras, genio con hábitos de señor cualquiera, grandísimo tipo.

Fontanarrosa murió hace cuatro años, el 19 de julio de 2007, en Rosario, que era donde hacía todo. Antes, entre tantas cosas, había sido cronista de la Copa América con el propósito de que su Hermana Rosa y su Yaya Serenelli filosofaran juntos sobre qué ocurriría con cada pelotazo y combinaran lo más sabio de la ciencia y lo más honesto de la chantada argentina para vaticinar cómo saldrían los partidos. Por supuesto, esa sociedad de aventureros hubiera sido la única capaz de aventurar que a las semifinales de la Copa arribarían Venezuela, Perú, Paraguay y Uruguay y que se marcharían Argentina, Brasil, Chile y Colombia. Y desde su corazón insuperable de hincha de Central, el Negro induciría a que la Hermana Rosa y el Yaya atribuyeran a un conjuro rojinegro (en términos del hinchismo de Fontanarrosa) las eliminaciones sorpresivas de Chile y de Brasil porque a ambos los dejaron fuera las punterías de Gabriel Cichero (el del segundo gol de Venezuela) y de Marcelo Estigarribia (el del primer penal que acertó Paraguay), dos que integraron hace muy poco el más flojo Newell's en mucho tiempo... Prueba a la vista: la Copa de reales absurdos se parece a las tramas literarias que enhebraba el Negro.

Sin portar a Rosario en la cédula de identidad pero hermanados con Fontanarrosa por la voluntad de crear, dos buenos futboleros porteños dedicaron su anochecer posterior a los cuartos de final a inferir qué apuntes hubiera soltado el Negro ante una Copa que patea a los vaticinios y los tira más lejos que los peores penales. Justamente, uno de esos futboleros se animó a intuir que Fontanarrosa se fascinaría con los cuatro penales fallados por Brasil y que encontraría oro en polvo en la excusa también brasileña de que la superficie del área parecía mansa y fiable, pero, en realidad, conspiraba y embrujaba los botines de los jugadores. Y aseguró que, así como una vez Fontanarrosa se sentó al lado del titular de la Real Academia Española y reivindicó la magnitud de la palabra "mierda", ahora se ubicaría cerca del mismo interlocutor para convencerlo de que, para América Latina, el punto del penal es tan o más importante que el punto y seguido. El otro futbolero le contestó que era cierto. Igual de cierto que a esa buena ocurrencia, el Negro la hubiera contado diez veces mejor.

Futboleros, escritores, lectores, hinchas, argentinos, los que sean, saben que durante la Copa de los absurdos el Negro Fontanarrosa detectaría cómo exaltar los esmeros de la selección demasiado joven de México, y que hallaría un chiste oculto entre los bigotes inquietos de La Volpe, y que inventaría nuevos héroes para que vivieran en sus textos, o sea en un territorio infinito que queda entre el grotesco y la dulzura. También saben que no se hubiera ensañado con ningún vencido porque eso, simplemente, jamás lo hizo y porque eso jamás se hace.

Así que basta de desesperaciones para argumentar lo que pasó en un torneo de razones perdidas. Y basta de intentos sesudos de comprensión. Y basta de perseguir causas y efectos. Lo mínimo que se merecía Fontanarrosa era que una Copa América resignara su lógica de Copa -al cabo, nada tan importante- y funcionara como un desconcierto consecutivo con el que sólo hubiera fantaseado un crack como el Negro. En definitiva, no es tan raro. Con frecuencia, la vida y el fútbol avanzan como un absurdo al que hay que buscarle sanos pretextos. Por fortuna, existen unos cuantos. Entre los más bonitos, los más emocionantes y los más humanos, está y seguirá estando leer a Fontanarrosa.


Texto robado de http://www.11wsports.com

Aquí dejo la despedida de Víctor Hugo Morales el día de su muerte